domingo, 24 de junio de 2012

LA ÚLTIMA DE LA FILA


LA ÚLTIMA DE LA FILA
Más de la mitad de los alumnos repite el grado cada año, allí donde los niños carecen de servicios públicos y de salud. Allí en la escuela Rural Oficial Rural del caserío La Peñita, de Chahal, Alta Verapaz, la última de la fila en calidad educativa.
Por: Susana de León sdeleon@elperiodico.com.gt
La Ceiba  Empresa De Planificación Y Gestión Territorial Municipal De Guatemala
La jornada en la escuela de La Peñita, en Chahal, Alta Verapaz, comienza a las 7:30 de la mañana. Dieciocho niños q´eqchis entran al aula, chicos de playeras agujereadas y niñas de cortes vaporosos y desteñidos. La mayoría calza zapatillas o botas de hule, otros van descalzos. Tienen el semblante de quien acaba de despertar.
En las paredes cuelgan carteles con las vocales, los números y trabajos hechos en clase. El piso de cemento, poco a poco, se llena de un lodo fino y pegajoso que obliga a caminar con cuidado. Entrada la mañana, el vapor de la lluvia de unas horas antes se empieza a escurrir en las ventanas de vidrio, las pocas quedan en sus marcos. Se cuela el sopor de un clima cálido-húmedo del noreste de Alta Verapaz.
El reto del día de esos 18 niños de primer grado de primaria es realizar 10 sumas. “Wib’ (2) más Oxib’(3)”, pregunta Ingrid Coc, su maestra. “Ob’ (5)”, resuelve uno de los chicos que rodean su escritorio. La respuesta se esparce como pólvora, y todos se alborotan, quieren corregir la respuesta que descubren tenían incorrecta. El único borrador sobrevuela por los aires cada 10 segundos. “Cada niño recibió un borrador en enero, pero lo perdieron”, explica Coc. Sin un estuche para guardarlo, a 5 kilómetros la librería más cercana, o, sin el Q2.50 para comprarlo, es comprensible.
Ingrid Coc y Juan, uno de los 16 alumnos que cursa primero primaria por segunda vez.

Esta escuela oficial rural ocupa el último lugar en rendimiento educativo, según el anuario estadístico 2010 del Ministerio de Educación (Mineduc). Después de dos días con este grupo de escolares se entiende bien porqué, las razones son muchas; es desnutrición, es falta de servicios… es pobreza. De aquel grupo de 18 escolares, 16 repiten el año. Es más, de los 72 niños inscritos el año pasado, 45 reprobaron.
Los cuadros Prim no mienten, el temible NP (No Promovido) se repite varias veces. Es imposible ignorarlo y preguntarse, ¿por qué? Estas son algunas de las respuestas encontradas al conocer el caserío La Peñita, de Chahal, Alta Verapaz.
Kilómetro 263
Según Humberto Ak´abalen este país pequeño todo queda lejos: la comida, la ropa, las letras”. La Peñita está lejos de todo: del casco departamental (63 km.), de la ciudad capital (263 km.), del listado de los 166 municipios prioritarios de la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesan) –ocupa el puesto 105- y de la mente de todos los gobiernos. En 50 años nadie les ha proveído de agua, energía eléctrica, teléfonos, o un centro de salud, explica Víctor Tej, director de la oficina técnica de la Municipalidad de Chahal.
En papel está el proyecto con Deorsa, de llevar energía eléctrica a la comunidad. En la práctica solo un programa de gallinas ponedoras en el que participan 26 de las 44 familias de La Peñita. En general Chahal, su cabecera, carece de drenajes, no digamos de un médico del centro de salud al que acuden todas las comunidades.
La Peñita, fundada en 1962, tendrá el tamaño de la zona 11 de la capital, y la separan de la carretera principal, la Franja Transversal del Norte, unos 300 metros. Algunos cambios, apenas notan los pobladores: donde antes hubo un bosque tropical ahora hay palma africana, y en las partes planas, pistas clandestinas donde aterrizan avionetas por las noches.
El contexto social justifica el porqué del 50 por ciento del fracaso escolar”, explica Fernando Rubio, director de Reforma Educativa en el Aula de USAID. Eso ayuda a entender porqué en el área rural de Guatemala solo 3 de cada 10 niños terminan la primaria en los 6 años. Sin embargo esa relación es mejor que la de hace 20 años, cuando 5 de cada 100 terminaban en tiempo.
Los municipios con el mayor índice de fracaso escolar se encuentran en las zonas del altiplano y donde se habla un idioma maya, como Chahal, dice Rubio. Juan Tut, de 35 años, el alcalde auxiliar de La Peñita, estudió hasta segundo primaria. “Mis padres preferían enviarme a trabajar porque la escuela estaba muy lejos, a kilómetros”.
Solo primero primaria recibió la dotación completa de libros de texto.

De los 245 habitantes del caserío solo 5 mayores de 15 años saben leer y escribir. Todos fueron a la escuela, pero la deficiencia en calidad la arrastran desde 1962, cuando se asentaron.
La familia promedio de La Peñita consta de 10 miembros, su ingreso diario es de Q40, se alimentan de tamalitos de maíz, frijol, chile y café, los 3 tiempos, a veces 2. Trabajan sus tierras, parcelas de 15 manzanas, una labor en la que participa toda la familia, y en ocasiones trabajan en fincas cercanas. En días de siembra y cosecha, los niños no asisten a clases. Si alguien se enferma el médico más cercano se encuentra a 5 kilómetros, y solo está 2 veces por semana. No habiendo agua potable es frecuente que enfermen de diarrea por parásitos.
En otras palabras, los niños de La Peñita son pobres y con una nutrición deficiente que retrasa su desempeño, dice Mario Rodríguez, jefe del área de educación del Instituto de Problemas Nacionales de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Ipnusac).
Quién Reprobó En Realidad
“Cesáreo no va a venir por cuatro días”, explicó la acongojada madre a Ricardo Cucul, un maestro moreno de baja estatura, pero con altas expectativas para sus 8 alumnos de tercero, 11 de cuarto y 6 de sexto. “Mi esposo murió y él”, señaló al adolescente de 16 años, “se debe hacer cargo de las deudas de su padre”. Con las deudas se refería a pagar a sus vecinos en horas/hombre de trabajo realizado en su parcela.
Cesáreo es bajo de estatura (1.50 metros), viste una playera blanca y pantalón de lona. Sus ojos son expresivos y su voz es suave, él quiere ser maestro, una meta difícil de alcanzar considerando que ahora es el hombre de la casa.
En su aula conviven niños de 9 años y adolescentes de 19, todos reciben clases en q’eqchi’, comprenden español más que los alumnos de primero primaria. Ese miércoles recibieron Lectura, Matemática y Comunicación y Lenguaje. Cucul divide en tres el pizarrón de fórmica, uno para cada grado que atiende. “Cuando los profesores se enfrentan a estas condiciones, sus objetivos principales son la lectura, escritura y matemática”, dice Manfredo Sandoval, el coordinador técnico administrativo (CTA) del Distrito Escolar Chahal.
Existe una palabra que significa lo mismo en cualquier escuela: recreo.

Pero dejar a un lado materias como Formación Ciudadana representa desconocer la historia, la realidad, sus derechos y obligaciones. “Limita la visión crítica para convivir en sociedad”, asegura Aimée Rodríguez, coordinadora del área de estudios sobre educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
Los retos aumentan para el maestro multigrado: libros que llegan incompletos, niños sin útiles y refacción escolar solo para enero. El abandono del Estado en los procesos educativos afecta a todos, pero es más dramático en el área rural, dice Mario Rodríguez, de Ipnusac. “Los procesos de aprendizaje se atrasan en estas condiciones y es culpa del sistema”, agrega.
Entonces ¿Quién reprobó acá: los maestros, los alumnos, los padres de familia? Ninguno, ellos son las víctimas. Si de deducir responsabilidades se trata, dicen los consultados, el culpable es el Estado que ha descuidado los problemas estructurales y no garantiza las condiciones mínimas. El Estado reprobó la materia.
Cambio De Planes
Ingrid Coc, la maestra de primero y sus 18 alumnos, tenía el futuro planeado al graduarse a los 18 años: algún día sería administradora de empresas. Pero la pobreza la obligó a cambiar sus sueños. Ella representa a los 19 mil estudiantes que se gradúan cada año, y a los 4 mil contratados por el Mineduc, según estimaciones de Rubio.
Coc tiene 24 años y 2 de ejercer el magisterio. Esta es su primera experiencia con un grupo de primero primaria, todo un reto considerando que 16 de sus 18 alumnos son repitentes. La literatura educativa dice que los maestros con más experiencia deben impartir los primeros grados. Además, saber el idioma del lugar y por lo menos haber vivido 3 años en la comunidad para crear una red de contactos y así conocer la realidad de sus alumnos, afirma Rubio.
Los 3 maestros de La Peñita estudiaron magisterio, para nada están enterados de la discusión (si se le puede llamar así) entre el Mineduc y los Institutos Normales en la capital. Sin embargo reconocen la importancia de la actualización a nivel universitario, algo a lo que no puedan aspirar con los Q2 mil 400 de sueldo que reciben.
Los maestros de Chahal ignoraban qué lugar ocupaba en calidad educativa su escuela, el último. Se sorprendieron. Justo hubo entrega de notas al segundo día en la escuela, la noticia pasó sin pena ni gloria para los padres de familia.
Los tres maestros de 24, 28 y 33 años reconocen las dificultades a las que se enfrentan, el idioma por ejemplo: son una comunidad q’eqchi’ parlante y los libros les llegan en español. Niños con una pésima nutrición, apenas y comprenden lo que leen, o sumar 3 más 2. Su escuela es la última de la fila.
Estos son los retos a enfrentar para hablar de calidad educativa en La Peñita y el resto del país.

sábado, 23 de junio de 2012

En Guatemala llueve suficiente, pero pocos cosechan el agua de lluvia


En Guatemala llueve suficiente, pero pocos cosechan el agua de lluvia
En algunas regiones del país, como Cahabón, Alta Verapaz, se llegan a perder cada año hasta 3 mil 860 milímetros de  líquido en el invierno.
Gestión y Planificación Territorial Municipal
La Ceiba cpentandrahotmail.com
Guatemala
Desde el período Preclásico Tardío, los mayas reconocieron la necesidad de acumular o conservar agua en grandes “aguadas”, como una forma de centralizar el poder. La arqueóloga Lisa Lucero, citada en el estudio Hidráulica, Ecología, Ideología y Poder: Nueva Evidencia y Teorías en el Sur de Petén, explica cómo mediante el control del agua, esta civilización alcanzó su época de oro.
Las “aguadas” eran una especie de piscinas, excavadas en la tierra, recubiertas con piedra, donde se acumulaba agua de lluvia que luego se distribuía a través de canales en casas o palacios. Era utilizada en tiempo de sequía.
La práctica continúa hasta hoy en Petén, pero el líquido está destinado prácticamente para que beba el ganado, explica César de La Cerda, ingeniero agrónomo de la Dirección de Infraestructura Productiva del Ministerio de Agricultura. “Las aguadas no son más que hoyos en la tierra donde se cosecha lluvia”, indica.
En los años ochenta, el Gobierno promovió la construcción de embalses para aprovechar el invierno, agrega el experto. “El líquido se utilizó principalmente en proyectos de minirriego y en animales”, dice.
Saúl Pérez Arana, asesor técnico de la Unidad de Lucha contra la Desertificación y Sequía del Ministerio de Medio Ambiente y experto en cosecha de lluvia y gestión de recursos hídricos, comenta que en el país existe poco interés en promover la práctica para uso humano. “En 1989, con en el apoyo de la FAO se instalaron cisternas artesanales en Jutiapa, pero no se le dio seguimiento al proyecto. Después se elaboró el plan Lluvia 90-95, en busca de soluciones a la escasez de agua, en el llamado Polígono de Sequía (Corredor Seco), pero nunca se echó a andar. No hubo interés, ni financiamiento, ni apoyo internacional”, añade.
Para implementarlo se requería entonces, Q125 millones. “En esa época calculamos el área afectada por la sequía en unos 14 mil kilómetros cuadrados ahora superan los 53 mil”, indica. El plan habría mitigado el fenómeno, asegura.
Quita la sed
Corre el mito de que el agua de lluvia no quita la sed, señala Pérez Arana. “Pero esto no es cierto”, afirma. También de que es líquido contaminado. “Tampoco”, asegura. “El agua de lluvia es de las más puras”.
De La Cerda, en tanto, comenta que en algunas ocasiones no resulta recomendable utilizar el líquido de las primeras precipitaciones pluviales. “Se le llama lluvia ácida y está contaminada con partículas del ambiente”, dice.
Sin embargo, los dos coinciden en que la calidad del líquido puede durar entre ocho meses a un año si se almacena en tinacos, toneles, embalses, depósitos o recipientes sellados y lejos de los rayos del sol. “Filtros y cloro garantizan la pureza de la misma”, agrega De La Cerda.
En las áreas residenciales de la capital aunque existe poco interés en cosechar agua de lluvia, algunos han instalado depósitos en sus casas para aprovecharla. En las marginales o la periferia de la ciudad, en tanto, es común observar toneles o recipientes al aire libre que utilizan en la cocina, aseo mínimo y limpieza.
Según los expertos, las empresas constructoras deben incluir en la planificación de los proyectos este tipo de sistema de almacenamiento.
De la provincia también citan algunos ejemplos como el de Comapa, Jutiapa. En este municipio, hace 25 años, el Gobierno de turno instaló cisternas rústicas que en la actualidad pueden observarse en algunas casas. Ever William González, originario del lugar, explica que se promovió el sistema por la falta de agua en la comunidad. “Teníamos un grave problema. Por eso comenzamos a captar la lluvia, para paliar la crisis”.
En esa época González trabajaba como extensionista agrícola del Ministerio de Agricultura y su trabajo consistía en promover este sistema en las 14 comunidades del municipio.
Hoy, utiliza agua de lluvia para riego, abrevadero de ganado y uso doméstico. Prefiere comprar agua embotellada para consumo humano. Sin embargo, advierte, que con hervirla puede satisfacer esta necesidad.

Uso escolar 
>En 2011, los ministerios de Medio Ambiente y Educación promovieron la práctica en 46 escuelas localizadas en Huehuetenango, Quiché, Chimaltenango, Jalapa y Baja Verapaz, entre otras. Antes de que funcionara el sistema, los estudiantes tenían que cargar a diario un galón de agua.

domingo, 3 de junio de 2012

LOS VÁSQUEZ DE TOTONICAPÁN


LOS VÁSQUEZ DE TOTONICAPÁN
Ellos se rigen por un sistema tan antiguo como Mesoamérica, y les funciona. Un sistema en el que todos ponen, todos hacen, y en el que, como ellos dicen, no esperan a “papá gobierno” para solucionar sus problemas. Ellos son los habitantes de Vásquez.
Por: Susana de León • sdeleon@elperiodico.com.gt
Leímos Para Usted: Empresa La Ceiba,
Gestión Y Planificación Territorial Municipal
En Guatemala. cpentandra@gmail.com
A secas, Vásquez, como se llama la comunidad en el kilómetro 176 de la carretera Interamericana, en jurisdicción de Totonicapán. En la entrada se ve una inusual estampa, la de dos mujeres que suben y bajan una talanquera para permitir el ingreso. “Son dos quetzales”, piden. Propios y extraños pagan esa cantidad, y vale por todo un día de entrar y salir las veces que sea, claro, si no pierden la contraseña.
Allí las cosas funcionan, según sus propias normas. “No necesitamos tocar las puertas de papá gobierno para ver cambios”, de eso se ufanan su pobladores. ¿Pruebas?, la gestión y construcción de 4 nuevos kilómetros de carretera, 8 escuelas primarias, 2 secundarias, 2 academias de computación y carreteras sin basura.
La comunidad tiene más de 3 siglos según los títulos de propiedad que atesoran las autoridades locales.

A 2 mil metros sobre el nivel del mar el abrigo no es opción, es una norma, en especial si se trata de un lugar cual mote es “Alaska”. Vásquez es tan alto que hasta las nubes se pasean por la carretera y sus bosques, “como las ovejas que guiaron antes los primeros pobladores”, compara Roberto Vásquez, alcalde comunal del período pasado.
Los vasquences o tziles, pastor en k’iche’, se rigen por un gobierno local tan antiguo como los primeros habitantes de Mesoamérica. Y efectivo como la medicina natural, comparan. Allí todos se apellidan Vásquez, “haciendo a un lado uno que otro intruso, todos somos Vásquez”, bromean. Por eso en esta nota los pobladores entrevistados serán citados por su nombre de pila.

La Faena

Los domingos son días de faena, así ha sido siempre o al menos desde que Roberto tiene memoria. Desde las 4:00 de la mañana el pregonero, un hombre con tambor de cuerno de venado y baqueta de palo blanco, recorre los 12 caseríos vasquences. “Es para recordarle a los vecinos su compromiso”, dice.
Las tareas son diversas: desde limpiar la carretera y reforestar el bosque, hasta recorrer la aldea para revisar los mojones que marcan los límites con otras comunidades. Una actitud comprensible si se toma en cuenta la costumbre k’iche’ de defender el territorio a capa y espada, explican los antropólogos, y recuerdan los incidentes suscitados donde sus vecinos de Argueta se han ido a los golpes.
Todos los miembros de las más de mil familias participan en las actividades las cuales son obligatorias, y si no, se atienen a la sanción que recae sobre el mayor de la casa: multas, encierros y turnos extras de trabajo. Pero eso casi nunca sucede porque para ellos incumplir significa una falta de respeto. “Entre los k’iche’s es un asunto de responsabilidad, en especial cuando se trata de un servicio para el bien común”, indica el antropólogo noruego Stener Ekern, en el estudio, Para entender Totonicapán: poder local y alcaldía indígena.
 A partir de las 6:00 de la tarde se baja la talanquera y nadie puede entrar a la aldea.
“Verá, aquí son consideradas adultas las personas casadas aunque tengan 15 o 16 años”, cuenta Daniel Batz, vocal de la junta directiva comunitaria. Cuando el vasquence es mayor de edad, 18 años, puede optar a algún cargo en la junta directiva de la alcaldía indígena o de la Asociación de Miembros de la Aldea Vásquez. “Todo un honor considerando que muchas veces los gobiernos locales tienen mayor peso comparados con las autoridades municipales”, explica Mario Sosa, antropólogo social e investigador del Instituto de Investigaciones y Gerencia Pública (Ingep).
Su organización es tan antigua como la época de la conquista, explica, y desde entonces conservan el k’axk’ol o sacrificio en k’iche’, es decir el trabajo ad honórem realizado durante un año. Los 24 miembros de la junta directiva y los 56 representantes de los 12 cantones, se encargan del cuidado de los edificios educativos y la refacción escolar; en tanto los representantes de la aldea en la cabecera municipal, laboran en el balneario de agua azufrada, los alguaciles, guardabosques, del centro cultural, fontaneros y el hombre del cementerio. Esa es la faena.

Una Familia Extendida

El camposanto de Vásquez es distinto a los coloridos cementerios de otras comunidades indígenas. En ese lugar, el blanco y el gris predominan sobre las tumbas; es por respeto, explican. El 1 y 2 de noviembre se organizan 15 pobladores para evitar la entrada de personas en estado de ebriedad, aparatos de sonido, e incluso, de que los celulares estén apagados. “Todo por el respeto a nuestros antepasados”, explica Roberto.
Los antepasados, dice, los primeros Vásquez. “Las comunidades totonicapenses se dividen en clanes, por eso es común encontrar varias personas con el mismo apellido en un solo sitio”, explica Sosa, el antropólogo. Vásquez ocupa alrededor de 800 hectáreas de terreno, el tamaño de Antigua Guatemala, compara Mynor Pérez, director regional de Occidente del Instituto Nacional de Bosques (Inab).
Alrededor de la carretera se divisa un conjunto de casas de moderna fachada de una y dos plantas, la arquitectura de la remesa. Hay poco más de mil vasquences viviendo en Estados Unidos, según el censo de la alcaldía indígena. Pero no faltan las construcciones de adobe adornadas con flores y enredaderas donde las mujeres al frente de la misma tiñen los hilos para urdir sus cortes.
En Vásquez tienen contado y censado todo: 7 de cada 10 pobladores cuenta con electricidad, teléfono celular y luz; 9 de cada 10 niños asiste a la escuela; el promedio de hijos por familia es de 5. Sin un censo, saben y repiten, no sabrían cómo trabajar. “Cuando los niños tienen calentura o tos”, las enfermedades más comunes, según Víctor Vásquez, alcalde comunitario, “se acercan al centro de convergencia que hace las veces de clínica, pero la mayoría prefiere la medicina natural”.
Según la Comisión Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Conasan), en el municipio de Totonicapán 6 de cada 10 menores de 5 años padece desnutrición crónica. Sin embargo comunidades como Vásquez rompen esquemas. “Entre ellos son muy solidarios y no permiten que el vecino pase hambre”, conoce Sosa. Durante el recorrido por la aldea, saluda a Roberto un chiquillo de 12 años que no superaba la talla de un niño de 6: “Estamos viendo a dónde referirlo porque sus padres son alcohólicos, y mire el tamaño que tiene”.

Propiedad Comunal

Si Vásquez fuera un reloj, sus engranajes, los pobladores, valga la comparación, funcionarían a la perfección. Los guardabosques, uno de esos engranajes, protegen el “recinto sagrado del agua”; talar un árbol se sanciona con una multa de Q15, les quitan su machete –importante para ellos– y realizan un turno extra de trabajo en la comunidad. El bosque es una zona de recarga hídrica por encontrarse dentro de la cuenca del río Salamá, explica Mynor Pérez del Inab.
Al bosque solo entran los pobladores y quien logre ganarse la simpatía de las autoridades. Con ojos capitalinos estar allí es como una Navidad perenne por las especies de pinabetes y musgos que alberga. Pero tan valorado como los árboles son los nacimientos de agua allí.
Vásquez es un sitio donde la naturaleza y su organización lograron aminorar los impactos de la pobreza, según los antropólogos que la conocen. “El esfuerzo comunitario para construir la autonomía es de admirar”, resalta Victoria García, de la Universidad de Lovaina, Bélgica, socióloga que ha trabajado en comunidades de Totonicapán. Pero más importante, dice, sería contar con más presencia del Estado para realizar nuevas actividades productivas para su desarrollo.
Las dos mujeres de la talanquera enfundadas en gruesos suéteres esa mañana de lunes, probablemente estarán mañana preparando la refacción de la escuela. Pasado, ocupándose de sus hilos y sus telares, y al día siguiente, de vuelta a otra actividad comunitaria. Así transcurren los días para ellas y los demás tziles en Vásquez.

4 mil  los habitantes de Vásquez, según estimaciones de la alcaldía local.
"El manejo local del bosque aminora los impactos de la pobreza”.
Mario Sosa, Antropólogo e investigador del Ingep.
"En Totonicapán la palabra ‘política’ se utiliza de forma despectiva. La militancia en un partido político es mal visto por el gobierno local”.
Stener Ekern, Antropólogo noruego.