El Monopolio Del Desarrollo Social En Guatemala
En su reciente viaje a Nueva York para participar en la 67
Asamblea General de Naciones Unidas, el presidente Otto Pérez Molina, recibió
de manos del expresidente de Estados Unidos, Bill Clinton, un reconocimiento
por la iniciativa Hambre Cero, impulsada desde el actual gobierno.
Una fotografía que
circuló en sitios de noticias muestra a Bill Clinton, expresidente de Estados
Unidos, mientras abraza al sonriente Harold Caballeros, el canciller guatemalteco,
y a Pérez Molina que con su sonrisa moderada mira hacia la cámara. No cabe duda
que fue un buen momento. No solo para Pérez Molina. La apelación es ver más
allá de la imagen de esa fotografía: es
un momento especialmente bueno para Guatemala.
Y acá la clave: los programas de desarrollo social han roto
paradigmas históricos y ahora trascienden a la narrativa nacional. En 2011,
durante los meses de campaña electoral, era común escuchar frases de expertos
que resaltaban que el secreto de éxito para cualquier candidato a la
Presidencia de Guatemala era ofrecer más. Era una abierta referencia a los
programas sociales que impulsó el gobierno de la Unidad Nacional de la
Esperanza (UNE).
Entonces, durante
esos meses de cancioncitas y promesas electoreras, se escucharon repetir varios
tipos de propuestas: el propio Harold Caballeros habló de una “Súper Tortilla”;
Álvaro Arzú mencionó quizá el plan más ambicioso con proyectos sociales de
vivienda; Manuel Baldizón endulzó los oídos de la clase trabajadora al hablar
de un bono anual; y Pérez Molina junto con la vicepresidenta Roxana Baldetti,
hablaron de ampliar el alcance de los programas sociales.
El
monopolio del discurso de desarrollo social se rompió. No fue más exclusivo de
un gobierno, de un partido político, o de una Primera Dama. Se derramó hacia el
resto de actores políticos y, como nunca antes, los gremios de profesionales,
las cámaras productoras, el capital asociado, pues, adoptó también ese
lenguaje.
Ese es realmente el
mérito que encierra el evento y el reconocimiento de la Fundación Clinton: el combate al hambre, la lucha contra la
pobreza, las intenciones de un país para saldar una perpetua deuda social.
Es un proceso
histórico que arrancó y permanecerá. En mucho ese mérito de la fotografía es
también para Sandra Torres ex primera dama. En su era, los programas de
asistencia social, enfocados en salud y educación, podían ser sujetos a una
crítica objetiva porque al ser ejecutados de manera apresurada, en el corto
plazo, no midieron ni alcance ni factibilidad. Era común escuchar que los
salones de las escuelas de primaria no se daban a basto para cubrir la demanda.
O que la demanda de servicios hospitalarios estaba, simplemente, fuera de la
capacidad de respuesta de los centros de salud y hospitales nacionales.
Sus críticos más
objetivos solían replicar: si se echa andar para dejar a la gente a medias,
entonces ¿qué sentido tiene? Y la respuesta de sus colaboradores solía ser: si
no se echa de esa manera ahora, aquí y ahora, entonces ¿cuándo?
Más, ciertamente, no
pudieron ser criticados por falta de ejecución. El trabajo impulsado desde el
gobierno de la UNE tiene un significado histórico: una fisura en el muro de
iniquidad. Hubo intentos anteriores, pero nunca antes fueron programas de
gobierno que se tranformaron, ya se ve, en políticas estatales que no podrán
retrotraerse.
El reto de la clase
gobernante, pues, es sostener ese alcance y mejorar la calidad, que
permanentemente criticó el Partido Patriota desde la oposición.
La pregunta al
gobierno actual es cuán comprometido está con la tarea, cuán comprometidos en
sostener esos reconocimientos que hacen sonreir al presidente Pérez Molina en
las fotografías. Y la respuesta, francamente, indica que no existe un
compromiso fuerte.
El proyecto de
Presupuesto Nacional 2013 evidencia que Desarrollo Social permanece con la
misma asignación de Q1.2 millardos. En español simple y ligero: ¡ni
un centavo más! Y
aunque la Secretaría de Seguridad Alimentaria (Sesan) registra, en cifras
relativas, un aumento de los Q42.7 millones a los Q111.4 millones, la realidad
es que la distribución de recursos revela que los gastos de educación y
agricultura disminuyen. Se quedan pequeños, por ejemplo, frente al aumento en la cartera de Defensa
Nacional –un préstamo para la adquisición de equipo– e Infraestructura –líquido
para pago de deudas.
La
ecuación del Gobierno es simple:
menos lápices y menos cuadernos, más aviones y más radares, con más
concreto. Frente a esa fórmula, entonces, la fotografía de los hombres
sonrientes empieza a hacerse borrosa.
¿De
qué manera hacerla permanente?
Por:
Claudia Méndez Arriaza • cmendeza@elperiodico.com.gt • Twitter: @cmendeza