Los hijos de la ejemplar Aldea Carmelita
El
municipio más grande de Centroamérica alberga una comunidad próspera, al norte,
en medio del bosque tropical. Carmelita es una de las aldeas mejor organizadas
de Petén, y un modelo de desarrollo reconocido más allá de las fronteras.
La Ceiba, Empresa de Planificación Municipal
Por: Susana De León • sdeleon@elperiodico.com.gt
Carmelita tiene 87 años y es dueña
de 53 mil 797 hectáreas de la Reserva de la Biosfera Maya (RBM), un área
semejante al departamento de Sacatepéquez. Sus herederos son 374 pobladores que
llevan en las venas sangre mexicana, resultado de la cercanía con la frontera
azteca, “a 35 kilómetros que se recorren en dos días a lomo de bestia”, dicen.
Son protectores de los recursos naturales del bosque, su mayor proveedor.
Parece la descripción de una abuela
que supo cultivar en sus nietos el valor del trabajo y la solidaridad, pero Carmelita
es una de las 37 comunidades dentro de la RBM. “De las más organizadas y la
única que conecta a los aventureros con el lugar más antiguo de Mesoamérica, el
Reino Kan”, asegura Mario Contreras, alcalde de San Andrés, Petén.
Su municipio es el más grande de
Centroamérica, según la Secretaría de Planificación y Programación de la
Presidencia (Segeplan), y con más bosque –93 por ciento es área protegida.
Es lugar de xateros o cortadores de
xate, la palma empleada en floristería. Pero también una zona codiciada para la
explotación maderera, la extracción de petróleo e invasores de terrenos por la
riqueza natural, asegura Manuel Osorio, uno de los 30 que luchó por obtener la
concesión del área, y cofundador de la Cooperativa Carmelita, en el campamento
chiclero convertido en aldea.
Poner de acuerdo a 75 familias no
fue tarea fácil, pero lo lograron. Los resultados saltan a la vista: 8
muchachos becados, hoy maestros de la escuela; 15 guías turísticos, una telesecundaria,
y 184 asociados. Carmelita es tomada como ejemplo en Francia y países de
Sudamérica, y el mérito es solo de sus habitantes.
A la sombra del pucté
A Carmelita, ubicada a 565
kilómetros de la capital, primero llegaron los aviones que los automóviles en
los años cuarenta y ochenta, respectivamente, cuenta Contreras, el alcalde de
San Andrés.
A la orilla de una improvisada pista
de aterrizaje las 75 casas de los pobladores se alumbran con lámparas de
queroseno y candelas. Parecen luciérnagas perdidas en la inmensidad del bosque.
Solo cinco familias cuentan con planta eléctrica. Las aguadas y pozos surten de
agua a todos; de drenajes y tuberías ni hablar, cada casa tiene su fosa
séptica.
“El sitio se asentó en 1925 como
campamento chiclero. El fundador fue un mexicano llamado Atilano Cámara, quien
tenía una hija, Carmelita, y tanto querían los trabajadores al patrón que
nombraron el campamento en honor a la niña”. Esa es la historia contada por los
pobladores de más edad. Ochenta y siete años después los techos de palma y
troncos fueron sustituyéndose por láminas, tejas de barro, cemento y tablas.
Manuel Osorio, de 57 años, tiene
decenas de anécdotas de años más recientes. “En los sesenta, los traficantes
mexicanos de pieles, compraban a Q5 el pie de lagarto y tigre, una fortuna
considerando que entre Q1.25 y Q1.50 se ganaban por cortar de 35 a 50 gruesas
(70 palmas por paquete) de xate al día”. Y sin la opción de llegar a un
acuerdo, como ahora en la cooperativa que otorga una cuota o mensualidad a sus
familias.
A la luz del mediodía un mono se
balanceaba en la copa de un árbol de pucté que cubría la fila de matas
sembradas por la cooperativa para recuperar el área podada semanas atrás. Un
compromiso que la comunidad aceptó hace quince años. Un compromiso, algo en lo
que Ana Centeno no creía, “porque el bosque se va a terminar”, pensaba en 1995;
menos en participar en una cooperativa. Cinco años antes el Conap había
declarado reserva natural y área protegida a 5 municipios del norte de Petén,
San Andrés entre ellos. Osorio y otros 30 pobladores buscaron la concesión de
mil hectáreas de la RBM, movidos por el entusiasmo de Carlos Catalán, un líder
comunitario de 30 años. “Hoy tendría 57”, dice con un dejo de tristeza. A
Catalán un vecino inconforme con la idea le arrebató la vida disparándole por
la espalda.
El líder asesinado alcanzó a
enterarse de que habían obtenido la concesión en 1997. Los beneficios logrados
por la comunidad, esos ya no los vio. Centeno, en cambio, la que no creía, sí.
Ella vio y creyó. “Fueron las becas para los niños, el equipamiento del centro
de salud, el trabajo para las mujeres y el mantenimiento del bosque los que me
convencieron”.
LA COOPERATIVA
Centeno es bajita, de cabello
ensortijado. Sus ojos redondos expresan entusiasmo cuando habla de su trabajo
en la cooperativa, se encarga del control de calidad del xate que exportan a la
empresa Continental Floral Greens, de Texas, Estados Unidos. “¿Es posible que
una mujer con solo primero básico y siendo cocinera llegue lejos?”, se pregunta
Centeno y se responde llevándose las manos al pecho “sí es posible, yo lo
logré”.
De exportación se empezó a hablar 8
años después de recibida la concesión. Según datos de la Asociación
Guatemalteca de Exportadores (Agexport), en 2011 sus exportaciones alcanzaron
los US$206 mil 810. En 2007 ella y la junta directiva viajaron a Brasil a
presentar el modelo de desarrollo que propone la cooperativa: “un proyecto
manejado por la comunidad, para la comunidad, que genera empleo al 80 por
ciento de los habitantes”.
El caso de Carmelita es conocido en
países como Ghana, Nepal y Francia gracias a organizaciones como Right and
Resources Initiative que aglutina iniciativas forestales en Asia, África y
América Latina. Y Agter, con sede en Francia. Los sitios de Internet de ambas
presentan el esfuerzo de los 184 asociados como un caso ejemplar y un modelo a
seguir.
Explican cómo rotan el cultivo de
xate sin generar presión al bosque en las 43 mil 152 hectáreas que trabajan (no
tocan 10 mil 645) en 50 campamentos nombrados según hechos o fechas relevantes
al momento de asentarlo, como “Noche Buena”, en diciembre o “El quebrado”
porque un xatero se fracturó, explica Gustavo Pinelo, coordinador de Rainforest
Alliance, ONG que ha brindado asesoría técnica a la comunidad.
Los campamentos tienen doble
propósito: en ellos viven los xateros durante dos meses, y atender a los
turistas que se dirigen al sitio arqueológico El Mirador. En 2011 recibieron 2
mil 500 visitantes, atendidos por los 15 guías de la aldea. “Estamos certificados
por el Inguat, el Intecap, Wildlife Conservation Society y Counterpart
International”, dice orgulloso Carlos Crosborn, el actual presidente de la
cooperativa.
Crosborn, de 27 años, pertenece a la
nueva generación de líderes que la aldea cosecha. Es uno de los 8 maestros
becados que retornaron a la comunidad para organizar y dirigir la escuela. “Los
jóvenes de la aldea tienen dos opciones: marcharse a las cabeceras municipales
a ocuparse en algún oficio o trabajar dentro de la cooperativa, extrayendo
madera o cortando xate. Pero queremos que se preparen, que se formen y luego
regresen, necesitamos médicos, abogados, administradores de empresas e
ingenieros”.
En la comunidad
En Carmelita los niños no se
enferman, aseguran las mujeres de la aldea. Es la dieta, comentan: frijoles,
hierba mora y pescado. Y un medio ambiente limpio. “Pero si alguien necesita
una operación o un tratamiento mayor, acude a la cooperativa y allí el picop lo
llevará al hospital más cercano”, explica Centeno. Si alguien es mordido por
una serpiente cuentan con dosis del antídoto, incluso cuando trabajan en el
bosque. Por lo demás Carmelita duerme con ventanas y puertas abiertas.
¿Cómo se divierten en Carmelita?,
les gustan las telenovelas. “La famosa Eva Luna nos tuvo en ascuas durante 100
capítulos a todos”, cuenta Bayron Hernández, un técnico forestal de Carmelita.
No se la perdieron en sus 4 días de descanso tras 10 días continuos de
trabajo.
Los habitantes de Carmelita ven
hacia atrás y se sienten satisfechos por el camino recorrido. Pero tienen su
lista de pendientes: un proyecto de energía eléctrica, fortalecer las ventas de
xate y madera, y mejorar los servicios de turismo.
Allá donde las actividades cesan a
las 6 de la tarde, las lámparas de querosén alumbran como luciérnagas en la
noche en medio del bosque, donde las puertas no se cierran con llave, donde la
narcoactividad no molesta a sus habitantes. Y el único tránsito que existe es
el de las bandadas de aves al sobrevolar el bosque.
Carmelita no es una abuela, pero si
lo fuera, estaría orgullosa de su descendencia.
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