LOS VÁSQUEZ DE
TOTONICAPÁN
Ellos se rigen por un sistema tan antiguo como Mesoamérica, y
les funciona. Un sistema en el que todos ponen, todos hacen, y en el que, como
ellos dicen, no esperan a “papá gobierno” para solucionar sus problemas. Ellos
son los habitantes de Vásquez.
Por:
Susana de León • sdeleon@elperiodico.com.gt
Leímos Para Usted: Empresa La Ceiba,
Gestión Y Planificación Territorial Municipal
En Guatemala. cpentandra@gmail.com
A secas, Vásquez, como se llama la
comunidad en el kilómetro 176 de la carretera Interamericana, en jurisdicción
de Totonicapán. En la entrada se ve una inusual estampa, la de dos mujeres que
suben y bajan una talanquera para permitir el ingreso. “Son dos quetzales”,
piden. Propios y extraños pagan esa cantidad, y vale por todo un día de entrar
y salir las veces que sea, claro, si no pierden la contraseña.
Allí las cosas funcionan, según sus
propias normas. “No necesitamos tocar las puertas de papá gobierno para ver
cambios”, de eso se ufanan su pobladores. ¿Pruebas?, la gestión y construcción
de 4 nuevos kilómetros de carretera, 8 escuelas primarias, 2 secundarias, 2
academias de computación y carreteras sin basura.
La
comunidad tiene más de 3 siglos según los títulos de propiedad que atesoran las
autoridades locales.
A 2 mil metros sobre el nivel del
mar el abrigo no es opción, es una norma, en especial si se trata de un lugar
cual mote es “Alaska”. Vásquez es tan alto que hasta las nubes se pasean por la
carretera y sus bosques, “como las ovejas que guiaron antes los primeros
pobladores”, compara Roberto Vásquez, alcalde comunal del período pasado.
Los vasquences o tziles, pastor en
k’iche’, se rigen por un gobierno local tan antiguo como los primeros
habitantes de Mesoamérica. Y efectivo como la medicina natural, comparan. Allí
todos se apellidan Vásquez, “haciendo a un lado uno que otro intruso, todos
somos Vásquez”, bromean. Por eso en esta nota los pobladores entrevistados
serán citados por su nombre de pila.
La Faena
Los domingos son días de faena, así
ha sido siempre o al menos desde que Roberto tiene memoria. Desde las 4:00 de
la mañana el pregonero, un hombre con tambor de cuerno de venado y baqueta de
palo blanco, recorre los 12 caseríos vasquences. “Es para recordarle a los
vecinos su compromiso”, dice.
Las tareas son diversas: desde
limpiar la carretera y reforestar el bosque, hasta recorrer la aldea para
revisar los mojones que marcan los límites con otras comunidades. Una actitud
comprensible si se toma en cuenta la costumbre k’iche’ de defender el
territorio a capa y espada, explican los antropólogos, y recuerdan los
incidentes suscitados donde sus vecinos de Argueta se han ido a los golpes.
Todos los miembros de las más de mil
familias participan en las actividades las cuales son obligatorias, y si no, se
atienen a la sanción que recae sobre el mayor de la casa: multas, encierros y
turnos extras de trabajo. Pero eso casi nunca sucede porque para ellos
incumplir significa una falta de respeto. “Entre los k’iche’s es un asunto de
responsabilidad, en especial cuando se trata de un servicio para el bien
común”, indica el antropólogo noruego Stener Ekern, en el estudio, Para
entender Totonicapán: poder local y alcaldía indígena.
“Verá, aquí son consideradas adultas
las personas casadas aunque tengan 15 o 16 años”, cuenta Daniel Batz, vocal de
la junta directiva comunitaria. Cuando el vasquence es mayor de edad, 18 años,
puede optar a algún cargo en la junta directiva de la alcaldía indígena o de la
Asociación de Miembros de la Aldea Vásquez. “Todo un honor considerando que
muchas veces los gobiernos locales tienen mayor peso comparados con las
autoridades municipales”, explica Mario Sosa, antropólogo social e
investigador del Instituto de Investigaciones y Gerencia Pública (Ingep).
Su organización es tan antigua como
la época de la conquista, explica, y desde entonces conservan el k’axk’ol o
sacrificio en k’iche’, es decir el trabajo ad honórem realizado durante un año.
Los 24 miembros de la junta directiva y los 56 representantes de los 12
cantones, se encargan del cuidado de los edificios educativos y la refacción
escolar; en tanto los representantes de la aldea en la cabecera municipal,
laboran en el balneario de agua azufrada, los alguaciles, guardabosques, del
centro cultural, fontaneros y el hombre del cementerio. Esa es la faena.
Una Familia Extendida
El camposanto de Vásquez es distinto
a los coloridos cementerios de otras comunidades indígenas. En ese lugar, el
blanco y el gris predominan sobre las tumbas; es por respeto, explican. El 1 y
2 de noviembre se organizan 15 pobladores para evitar la entrada de personas en
estado de ebriedad, aparatos de sonido, e incluso, de que los celulares estén
apagados. “Todo por el respeto a nuestros antepasados”, explica Roberto.
Los antepasados, dice, los primeros
Vásquez. “Las comunidades totonicapenses se dividen en clanes, por eso es común
encontrar varias personas con el mismo apellido en un solo sitio”, explica
Sosa, el antropólogo. Vásquez ocupa alrededor de 800 hectáreas de terreno, el
tamaño de Antigua Guatemala, compara Mynor Pérez, director regional de
Occidente del Instituto Nacional de Bosques (Inab).
Alrededor de la carretera se divisa un
conjunto de casas de moderna fachada de una y dos plantas, la arquitectura de
la remesa. Hay poco más de mil vasquences viviendo en Estados Unidos, según el
censo de la alcaldía indígena. Pero no faltan las construcciones de adobe
adornadas con flores y enredaderas donde las mujeres al frente de la misma
tiñen los hilos para urdir sus cortes.
En Vásquez tienen contado y censado
todo: 7 de cada 10 pobladores cuenta con electricidad, teléfono celular y luz;
9 de cada 10 niños asiste a la escuela; el promedio de hijos por familia es de
5. Sin un censo, saben y repiten, no sabrían cómo trabajar. “Cuando los niños
tienen calentura o tos”, las enfermedades más comunes, según Víctor Vásquez,
alcalde comunitario, “se acercan al centro de convergencia que hace las veces
de clínica, pero la mayoría prefiere la medicina natural”.
Según la Comisión Nacional de
Seguridad Alimentaria y Nutricional (Conasan), en el municipio de Totonicapán 6
de cada 10 menores de 5 años padece desnutrición crónica. Sin embargo comunidades
como Vásquez rompen esquemas. “Entre ellos son muy solidarios y no permiten que
el vecino pase hambre”, conoce Sosa. Durante el recorrido por la aldea, saluda
a Roberto un chiquillo de 12 años que no superaba la talla de un niño de 6:
“Estamos viendo a dónde referirlo porque sus padres son alcohólicos, y mire el
tamaño que tiene”.
Propiedad Comunal
Si Vásquez fuera un reloj, sus
engranajes, los pobladores, valga la comparación, funcionarían a la perfección.
Los guardabosques, uno de esos engranajes, protegen el “recinto sagrado del
agua”; talar un árbol se sanciona con una multa de Q15, les quitan su machete
–importante para ellos– y realizan un turno extra de trabajo en la comunidad.
El bosque es una zona de recarga hídrica por encontrarse dentro de la cuenca
del río Salamá, explica Mynor Pérez del Inab.
Al bosque solo entran los pobladores
y quien logre ganarse la simpatía de las autoridades. Con ojos capitalinos
estar allí es como una Navidad perenne por las especies de pinabetes y musgos
que alberga. Pero tan valorado como los árboles son los nacimientos de agua
allí.
Vásquez es un sitio donde la
naturaleza y su organización lograron aminorar los impactos de la pobreza,
según los antropólogos que la conocen. “El esfuerzo comunitario para construir
la autonomía es de admirar”, resalta Victoria García, de la Universidad de
Lovaina, Bélgica, socióloga que ha trabajado en comunidades de Totonicapán.
Pero más importante, dice, sería contar con más presencia del Estado para
realizar nuevas actividades productivas para su desarrollo.
Las dos mujeres de la talanquera
enfundadas en gruesos suéteres esa mañana de lunes, probablemente estarán
mañana preparando la refacción de la escuela. Pasado, ocupándose de sus hilos y
sus telares, y al día siguiente, de vuelta a otra actividad comunitaria. Así
transcurren los días para ellas y los demás tziles en Vásquez.
4 mil los
habitantes de Vásquez, según estimaciones de la alcaldía local.
"El
manejo local del bosque aminora los impactos de la pobreza”.
Mario Sosa, Antropólogo e investigador del Ingep.
Mario Sosa, Antropólogo e investigador del Ingep.
"En
Totonicapán la palabra ‘política’ se utiliza de forma despectiva. La militancia
en un partido político es mal visto por el gobierno local”.
Stener Ekern, Antropólogo noruego.
Stener Ekern, Antropólogo noruego.
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