domingo, 3 de junio de 2012

LOS VÁSQUEZ DE TOTONICAPÁN


LOS VÁSQUEZ DE TOTONICAPÁN
Ellos se rigen por un sistema tan antiguo como Mesoamérica, y les funciona. Un sistema en el que todos ponen, todos hacen, y en el que, como ellos dicen, no esperan a “papá gobierno” para solucionar sus problemas. Ellos son los habitantes de Vásquez.
Por: Susana de León • sdeleon@elperiodico.com.gt
Leímos Para Usted: Empresa La Ceiba,
Gestión Y Planificación Territorial Municipal
En Guatemala. cpentandra@gmail.com
A secas, Vásquez, como se llama la comunidad en el kilómetro 176 de la carretera Interamericana, en jurisdicción de Totonicapán. En la entrada se ve una inusual estampa, la de dos mujeres que suben y bajan una talanquera para permitir el ingreso. “Son dos quetzales”, piden. Propios y extraños pagan esa cantidad, y vale por todo un día de entrar y salir las veces que sea, claro, si no pierden la contraseña.
Allí las cosas funcionan, según sus propias normas. “No necesitamos tocar las puertas de papá gobierno para ver cambios”, de eso se ufanan su pobladores. ¿Pruebas?, la gestión y construcción de 4 nuevos kilómetros de carretera, 8 escuelas primarias, 2 secundarias, 2 academias de computación y carreteras sin basura.
La comunidad tiene más de 3 siglos según los títulos de propiedad que atesoran las autoridades locales.

A 2 mil metros sobre el nivel del mar el abrigo no es opción, es una norma, en especial si se trata de un lugar cual mote es “Alaska”. Vásquez es tan alto que hasta las nubes se pasean por la carretera y sus bosques, “como las ovejas que guiaron antes los primeros pobladores”, compara Roberto Vásquez, alcalde comunal del período pasado.
Los vasquences o tziles, pastor en k’iche’, se rigen por un gobierno local tan antiguo como los primeros habitantes de Mesoamérica. Y efectivo como la medicina natural, comparan. Allí todos se apellidan Vásquez, “haciendo a un lado uno que otro intruso, todos somos Vásquez”, bromean. Por eso en esta nota los pobladores entrevistados serán citados por su nombre de pila.

La Faena

Los domingos son días de faena, así ha sido siempre o al menos desde que Roberto tiene memoria. Desde las 4:00 de la mañana el pregonero, un hombre con tambor de cuerno de venado y baqueta de palo blanco, recorre los 12 caseríos vasquences. “Es para recordarle a los vecinos su compromiso”, dice.
Las tareas son diversas: desde limpiar la carretera y reforestar el bosque, hasta recorrer la aldea para revisar los mojones que marcan los límites con otras comunidades. Una actitud comprensible si se toma en cuenta la costumbre k’iche’ de defender el territorio a capa y espada, explican los antropólogos, y recuerdan los incidentes suscitados donde sus vecinos de Argueta se han ido a los golpes.
Todos los miembros de las más de mil familias participan en las actividades las cuales son obligatorias, y si no, se atienen a la sanción que recae sobre el mayor de la casa: multas, encierros y turnos extras de trabajo. Pero eso casi nunca sucede porque para ellos incumplir significa una falta de respeto. “Entre los k’iche’s es un asunto de responsabilidad, en especial cuando se trata de un servicio para el bien común”, indica el antropólogo noruego Stener Ekern, en el estudio, Para entender Totonicapán: poder local y alcaldía indígena.
 A partir de las 6:00 de la tarde se baja la talanquera y nadie puede entrar a la aldea.
“Verá, aquí son consideradas adultas las personas casadas aunque tengan 15 o 16 años”, cuenta Daniel Batz, vocal de la junta directiva comunitaria. Cuando el vasquence es mayor de edad, 18 años, puede optar a algún cargo en la junta directiva de la alcaldía indígena o de la Asociación de Miembros de la Aldea Vásquez. “Todo un honor considerando que muchas veces los gobiernos locales tienen mayor peso comparados con las autoridades municipales”, explica Mario Sosa, antropólogo social e investigador del Instituto de Investigaciones y Gerencia Pública (Ingep).
Su organización es tan antigua como la época de la conquista, explica, y desde entonces conservan el k’axk’ol o sacrificio en k’iche’, es decir el trabajo ad honórem realizado durante un año. Los 24 miembros de la junta directiva y los 56 representantes de los 12 cantones, se encargan del cuidado de los edificios educativos y la refacción escolar; en tanto los representantes de la aldea en la cabecera municipal, laboran en el balneario de agua azufrada, los alguaciles, guardabosques, del centro cultural, fontaneros y el hombre del cementerio. Esa es la faena.

Una Familia Extendida

El camposanto de Vásquez es distinto a los coloridos cementerios de otras comunidades indígenas. En ese lugar, el blanco y el gris predominan sobre las tumbas; es por respeto, explican. El 1 y 2 de noviembre se organizan 15 pobladores para evitar la entrada de personas en estado de ebriedad, aparatos de sonido, e incluso, de que los celulares estén apagados. “Todo por el respeto a nuestros antepasados”, explica Roberto.
Los antepasados, dice, los primeros Vásquez. “Las comunidades totonicapenses se dividen en clanes, por eso es común encontrar varias personas con el mismo apellido en un solo sitio”, explica Sosa, el antropólogo. Vásquez ocupa alrededor de 800 hectáreas de terreno, el tamaño de Antigua Guatemala, compara Mynor Pérez, director regional de Occidente del Instituto Nacional de Bosques (Inab).
Alrededor de la carretera se divisa un conjunto de casas de moderna fachada de una y dos plantas, la arquitectura de la remesa. Hay poco más de mil vasquences viviendo en Estados Unidos, según el censo de la alcaldía indígena. Pero no faltan las construcciones de adobe adornadas con flores y enredaderas donde las mujeres al frente de la misma tiñen los hilos para urdir sus cortes.
En Vásquez tienen contado y censado todo: 7 de cada 10 pobladores cuenta con electricidad, teléfono celular y luz; 9 de cada 10 niños asiste a la escuela; el promedio de hijos por familia es de 5. Sin un censo, saben y repiten, no sabrían cómo trabajar. “Cuando los niños tienen calentura o tos”, las enfermedades más comunes, según Víctor Vásquez, alcalde comunitario, “se acercan al centro de convergencia que hace las veces de clínica, pero la mayoría prefiere la medicina natural”.
Según la Comisión Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Conasan), en el municipio de Totonicapán 6 de cada 10 menores de 5 años padece desnutrición crónica. Sin embargo comunidades como Vásquez rompen esquemas. “Entre ellos son muy solidarios y no permiten que el vecino pase hambre”, conoce Sosa. Durante el recorrido por la aldea, saluda a Roberto un chiquillo de 12 años que no superaba la talla de un niño de 6: “Estamos viendo a dónde referirlo porque sus padres son alcohólicos, y mire el tamaño que tiene”.

Propiedad Comunal

Si Vásquez fuera un reloj, sus engranajes, los pobladores, valga la comparación, funcionarían a la perfección. Los guardabosques, uno de esos engranajes, protegen el “recinto sagrado del agua”; talar un árbol se sanciona con una multa de Q15, les quitan su machete –importante para ellos– y realizan un turno extra de trabajo en la comunidad. El bosque es una zona de recarga hídrica por encontrarse dentro de la cuenca del río Salamá, explica Mynor Pérez del Inab.
Al bosque solo entran los pobladores y quien logre ganarse la simpatía de las autoridades. Con ojos capitalinos estar allí es como una Navidad perenne por las especies de pinabetes y musgos que alberga. Pero tan valorado como los árboles son los nacimientos de agua allí.
Vásquez es un sitio donde la naturaleza y su organización lograron aminorar los impactos de la pobreza, según los antropólogos que la conocen. “El esfuerzo comunitario para construir la autonomía es de admirar”, resalta Victoria García, de la Universidad de Lovaina, Bélgica, socióloga que ha trabajado en comunidades de Totonicapán. Pero más importante, dice, sería contar con más presencia del Estado para realizar nuevas actividades productivas para su desarrollo.
Las dos mujeres de la talanquera enfundadas en gruesos suéteres esa mañana de lunes, probablemente estarán mañana preparando la refacción de la escuela. Pasado, ocupándose de sus hilos y sus telares, y al día siguiente, de vuelta a otra actividad comunitaria. Así transcurren los días para ellas y los demás tziles en Vásquez.

4 mil  los habitantes de Vásquez, según estimaciones de la alcaldía local.
"El manejo local del bosque aminora los impactos de la pobreza”.
Mario Sosa, Antropólogo e investigador del Ingep.
"En Totonicapán la palabra ‘política’ se utiliza de forma despectiva. La militancia en un partido político es mal visto por el gobierno local”.
Stener Ekern, Antropólogo noruego.

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