domingo, 8 de agosto de 2010

España, ¿racista?

El escritor guatemalteco Alexander Sequén-Mónchez publica en Madrid el libro “El cálculo egoísta” un estudio sobre el racismo en España. En esta entrevista habla sobre su texto, que ha despertado controversia y una oleada de críticas a favor y en contra.

El Cálculo Egoísta

El libro no está a la venta en Guatemala, pero se puede adquirir a través de Internet en la librería española www.casadellibro.com o en la mexicana www.ghandi.com.mx. Asimismo, es posible descargar una copia digital de ebooks.elcorteingles.es por 10 euros.
Leímos para usted: La nota cultural.
Marta Sandoval msandoval@elperiodico.com.gt
 Alexander Sequén-Mónchez
– “Ay, ¡qué mono!

– No, no, es un niño. Lo que pasa es que es negro.

– Uy, pues me parece que tienes que cambiarlo ¿eh?

– No. Si es que ya no quedaban blancos. Además, yo le tengo cariño… Ah ¡Qué tontería! Tú decías cambiarlo de pañal.
Claro, porque igual se ha hecho un poquito de popó… A ver… ¡Ay Dios! Qué cagada, joder si hasta parece que le ha salido un mellizo”.

La conversación anterior corresponde a la serie de televisión española Aída, y es parte del análisis que hace el guatemalteco Alexander Sequén-Mónchez, en su libro El cálculo egoísta, sobre el racismo en España. A lo largo de 263 páginas Sequén-Mónchez pone bajo el microscopio a la sociedad española y su comportamiento ante la oleada de inmigrantes que ha recibido en las últimas décadas. No es demasiado favorable, la convivencia no ha sido del todo armónica y el desprecio por el “sudaca”, el “moro” o el “negro” se manifiesta en todos los estratos sociales. Desde los niños de colegio hasta los intelectuales de la Real Academia, como apunta el autor.

El libro fue uno de los cinco finalistas del Premio de Ensayo Anagrama. Publicado por Editorial Trotta. Su recepción en España ha sido agridulce; algunos se han sentido ofendidos mientras otros –preocupados por la situación– han aceptado la crítica positivamente.

Su texto pone el dedo sobre la llaga, da cuenta de cómo intelectuales de la talla de Arturo Pérez-Reverte pueden difundir mensajes racistas en sus escritos o de cómo los traductores de las series anglosajones agregan “racismo” de su cosecha.
El ejemplo clave es de Doctor House. En inglés House dice: “I want to drop a N-bomb on you” (quiero lanzarte una bomba nuclear) y en la versión que se transmitió en la televisión española el médico dijo: “Te voy a matar a palos negro de mierda”.

Alexander Sequén-Mónchez es escritor y periodista. Ha publicado libros de poemas, estudios literarios y artículos periodísticos en diversos medios locales y extranjeros. Actualmente trabaja en Casa de América, en Madrid.

¿Cómo han reaccionado los españoles ante este libro? Imagino que ha incomodado…

– Esta clase de libros resultan incómodos y suelen acarrear más detractores que lectores. Muchas de las personas a quienes confronto, ejercen una presencia mediática que inhibe a algunos a expresar su acuerdo con mis opiniones. Como dijeron en Babelia, los ejemplos utilizados levantan ampolla. Aún y cuando los nacionalistas juzgaron El cálculo egoísta como un ataque a España que debe responderse con mi expulsión del país, mis amigos españoles saben bien que esas páginas no llevan mala fe ni buscan munición en el agravio. Surgieron de la gratitud y el interés por España y de mi pasión por pensar la realidad que me rodea.

Al estudiar la inmigración y el racismo, mis experiencias sólo fueron útiles en la medida que me obligaron a hallarle explicaciones a hechos que superan mis circunstancias.

Lo interesante es la reacción de los latinoamericanos que tienen pretensiones intelectuales. Mi análisis cayó como un balde de agua: escribí lo que ellos se limitan a murmurar con resentimiento o, lo que es igual, a negar con servilismo. Uno de esos acomplejados aseguró en un blog que mi libro era de los peores que había leído en su vida. En cambio, a mí me parece que ese peruano es uno de los mejores lectores que pueda tener. Al tacharme de “fanático” o “exagerado” demostró que en el fondo vine a recordarle que su origen indígena contradice y frustra su mimetismo europeísta.

El racismo vende. En el libro mencionas varias series de televisión con contenido racista. Me llama la atención que la frase común ante esto es: “racista, pero divertido”, cuando debería ser “divertido, pero racista; o mejor aún “lo racista no es divertido” ¿es posible cambiar las frases?

– Es difícil. Las conductas racistas han sido normalizadas en la cotidianeidad al extremo de que constituyen un recurso para entretener. Hace unos días, con el partido entre Paraguay y España como fondo, el late night de una importante cadena de televisión denigró a los paraguayos ridiculizándolos como muertos de hambre. Estos “cómicos” se quejaron de la “falta de humor” de los “hipersensibles”. Tanto es su poder y descaro que, escudándose en la libertad de expresión, funcionan como transmisores y legitimadores del racismo. El problema es complejo; alude a los destrozos éticos de la sociedad del espectáculo. La audiencia se divierte más si el despellejamiento del inmigrante se ensaña contra su dignidad.
¿España es una sociedad racista?
– Yo no afirmo que España es un país racista. Como si generalizara diciendo que todos los inmigrantes son buenos. Más bien trato de explicar por qué en la sociedad española hay una serie de estructuras ideológicas y lingüísticas que la predisponen a la vigencia del racismo.

Ciertamente el racismo es una tara del ser humano y no una lacra exclusiva de tal o cual grupo. Sin embargo, no deberíamos reconfortarnos con eso. Lo grave es que Europa –donde la esclavitud, los genocidios y el Holocausto siguen frescos en la memoria– renueve sus prácticas inferiorizantes en contra de su propia retórica humanista. Para muchos europeos, los inmigrantes somos bárbaros, marginales y nocivos. De ahí que tergiversen la inmigración como una “amenaza” o como una “colonización inversa”. No aceptan que los otrora conquistados y colonizados vengan a “conquistar” y “colonizar” el paisaje europeo con hábitos y facciones que no encajan dentro de su ideal ciudadano. A pesar de constituir una eficaz fuerza de trabajo, se les desprecia por atreverse a convertirse en vecinos, o sea, en sus iguales.

¿Será que hay conciencia en España de estos elementos racistas en su sociedad?

– Prevalece la ignorancia. Muchos creen que su racismo no es racismo; o peor: que su racismo, comparado con los nazis, es inofensivo, y que en todo caso es provocado (justificado) por la presencia inmigrante. Un amplio sector de la sociedad española se resiste a la crítica de su historia (las limpiezas de sangre, la expulsión de judíos y musulmanes, el carácter racista del franquismo), de su lenguaje (las expresiones socialmente aceptadas del tipo “negro de mierda”, “moro”, “sudaca”). Estos titubeos nutrieron mentalidades que han permeado la política, la prensa, la Academia, y que, tarde o temprano, encarnan en la violencia.

¿Cuál es la diferencia entre emigrante y asilado político? Como menciona en el libro, los emigrantes no huyen de la pobreza, sino para evitar que les maten como “se mata a un perro en sus países”.

– Esa es una de las tesis centrales de El cálculo egoísta. Usualmente la interpretación de las causas de la inmigración hace hincapié en la pobreza. Desde mi punto de vista, esto se ha modificado. Para explicar mi posición, creé la metáfora de las “sociedades desalentadoras”. En ellas, la democracia transcurre apenas en sus valores formales, lo cual significa que el derecho a la vida es frágil y que la realización individual peligra. Pensemos en Guatemala, donde masas de espantados emigran al comprender que su realidad depende de la corrupción, el narcotráfico, las maras, la impunidad, la desesperanza. Recordemos la ola de suicidios escenificada en el puente de “El Incienso” en 2009, o en las cabezas cercenadas que aparecen con mensajes, o en las mujeres descuartizadas y embolsadas como si fueran basura. Esa atmósfera neurótica te vuelve un autómata, una bestia, o te echa a patadas del país. Eso es el “cálculo egoísta”: decidir entre mi vida o un entorno absurdo que puede llegar a matarme. Aquí sitúo dos paradojas: si se trata de la reivindicación de tu derecho universal a la vida, ¿por qué los ordenamientos legales extranjeros se obcecan en criminalizarlo? Y: ¿acaso los inmigrantes son, en esencia, exiliados? Todo exiliado es un inmigrante, pero no todo inmigrante es un exiliado. El exilio, como una persecución personalísima, admite razón. Pero también es válido mi argumento de la supervivencia como raíz de los flujos emigrantes, que no ansían la riqueza o el saqueo del Estado de Bienestar, como sostienen los popes racistas y antiimigrantes de Estados Unidos y Europa, sino el merecimiento de la condición de ciudadanos.

Dice que España no es menos racista que otros países latinoamericanos ¿Qué hay con Guatemala?

– Varias de las reflexiones que aparecen en El cálculo egoísta forman parte de las argumentaciones que desarrollé en Guatemala entre 2000 y 2006, mientras escribía dos libros: uno sobre la guerra y otro sobre los linchamientos.
Resumiendo: nuestro país está fundado en la maldición de la República, es decir, en una visión racista que va más allá de la polaridad entre indígenas y ladinos instaurada por los antropólogos estadounidenses. ¿Y el racismo que existe entre los propios pueblos indígenas? En la integración de pelotones, tanto del Ejército como de la guerrilla, ese resentimiento entre culturas (por ejemplo, k’iche’s y kaqchikeles) se puso al servicio de las ideologías causando matanzas perversas.

Cómo ha vivido su condición de emigrante en España?, ¿ha sufrido discriminación alguna vez?

– Como una experiencia definitoria. Aquí puedo ir y volver sin la ansiedad de que alguien vaya a meterme un tiro por rebasarlo o por decir lo que pienso. Queda mi familia, y eso duele. Desde que salí, no he vuelto, y aunque sigo vivamente lo que ocurre en Guatemala no pienso regresar. Me casé con una iraquí y tengo una familia multicultural. Lo mejor que puede pasarle a una persona y a una sociedad. En mi casa se habla con naturalidad el español y el árabe, se mezclan los alimentos, las músicas y las costumbres de tres continentes, y eso te enriquece, amplía tu sensibilidad, y te acoraza ante esos obtusos anónimos que un día sí, un día no, te restriegan en la cara que siempre serás un extranjero. 

Con el nacimiento de mi primer hijo, siento curiosidad por la integración que surge de tu propia descendencia, una integración que en mi caso fusiona las culturas de Guatemala, Irak y España. ¿No es maravilloso? Familias como la mía no debilitan la identidad europea, la vigorizan, la devuelven a sus raíces.

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