domingo, 8 de agosto de 2010

Los niños que “nadie quiere”

Los orfanatos los consideran huéspedes permanentes. Las posibilidades de que una familia guatemalteca los adopte son casi nulas. Pero el país tiene una deuda con ellos: hacer un esfuerzo, el primero en la historia, de encontrarles un hogar en el país al que pertenecen.

Leímos para usted: Renato Lechuga, Gestor Y Planificador Territorial
Paola Hurtado phurtado@elperiodico.com.gt


Hay quienes opinan que ellos no tienen posibilidades, ni siquiera remotas, de ser adoptados. Son niños que nadie visita en los orfanatos. Que no tienen recuerdos o los borraron por ser muy agrios. Pequeños que padecen enfermedades o discapacidades, que tienen más de 7 años o que deben ser adoptados junto a todos sus hermanos. Incorporarlos a una familia supone demasiada responsabilidad y paciencia, bolsillos abultados y un enorme corazón.

Son los niños que “nadie quiere”, los olvidados por el sistema y en Guatemala hay identificados 214. La cifra, sin embargo, aumentará, al menos el doble, conforme se resuelva la situación legal de cientos de huérfanos y abandonados que esperan una audiencia en los juzgados.
Dany
Hay quienes creen que la única posibilidad de darles un hogar a estos niños es reabriendo las adopciones internacionales: sólo los extranjeros, dicen, tendrían la disposición de sumar a sus familias pequeños que no sean bebés, sanos y solos.

Pero el Consejo Nacional de Adopciones (CNA) considera que no se ha hecho el esfuerzo suficiente para tratar de que se queden en el país. Sólo 28 de estos niños han encontrado un hogar guatemalteco desde que entró en vigencia la nueva ley de adopciones, hace 2 años y medio.

Actualmente está en proceso la creación de un programa para promover estos procesos. El proyecto aún no tiene nombre, pero está inspirado en uno peruano de adopciones prioritarias llamado “Ángeles que aguardan”.

No todos los niños aguardan. Algunos ya perdieron las esperanzas. Otros nunca las tuvieron. Y para otros es un sueño lejano, casi inalcanzable.

“Traen mañas”
Hay 660 niños declarados adoptables en el país, de los cuales 214 son considerados “casos especiales”. Se trata principalmente (103 casos) de niños que ya mudaron los dientes de leche y que ya alcanzaron la edad catastrófica de 7 años. Los veteranos de los orfanatos.

La creencia generalizada es que a esa edad los pequeños ya no se adaptan a la nueva familia o que “llevan mañas”. Es eso lo que se escucha a menudo en las charlas informativas que imparte el CNA a los que se muestran interesados en adoptar, cuenta Jaime Tecú, coordinador del equipo multidisciplinario del Consejo.

También hay 54 niños que pertenecen a grupos de 2, 3, 4 y hasta 5 hermanos. Muchos de ellos también superan los 7 años. Y hay 57 con necesidades médicas especiales o discapacidades. Hay entre ellos casos de hidrocefalia, autismo, ceguera, sordera, VIH, síndrome de Down y retraso mental.

Esos son los registros del CNA correspondientes a 2008. Los niños declarados adoptables en 2009 y 2010 aún no están incluidos en la lista. Tampoco aquellos cuyo estatus legal aún depende de que se evacuen las audiencias en los juzgados de la niñez, lo cual toma meses o años.

Lo que se sabe de este registro inicial de 214 niños es que están desperdigados en los 165 hogares infantiles que funcionan en el país (más del 95 por ciento privados). La búsqueda de familias para ellos es un gran reto. Los guatemaltecos son poco dados a adoptar o al menos esa ha sido la tendencia. En 2 años y medio sólo se han registrado 346 adopciones nacionales. Antes de 2008 se registraban más de 5 mil por año, la mayoría por parte de estadounidenses.

Hay que hacer el esfuerzo de buscarles un hogar, dice Tecú. Sin embargo, no se trata de empezar a sacar niños de los orfanatos e integrarlos a un hogar, como un simple efecto matemático, para decir que el Estado está haciendo algo por ellos, resalta. Se trata de una labor en la que se debe respetar la dignidad del menor y su decisión. Evidenciar la existencia de estos pequeños olvidados es apenas el primer paso. En las siguientes historias los nombres fueron cambiados y los rostros, ocultados. Pero los relatos, tristemente, son reales.
Niños: Ludwin, Rony y Pablo, jugando canicas, cincos, bolas o tincos, como usted les llame.
Ludwin, Rony y Pablo
Viven en el hogar desde hace 10 años, cuando Ludwin tenía 4 años y Pablo era un bebé. Hoy tienen 14, 12 y 10 años . Llegaron por orden de un juez, tras las denuncias de los vecinos de que recibían malos tratos. Su madre los recuperó en 2004, pero los devolvió 2 años después. De la época que vivieron con sus padres hablan poco. Sólo que a Rony lo atropelló un carro, que los mantenían encerrados y que dejaron de estudiar. Regresaron al hogar delgados, sucios, con golpes y cicatrices. Del padre, alcohólico, no saben nada. De la mamá han oído que está en un manicomio. Ludwin es amable y cariñoso, pero le cuesta hacer amigos y tiene problemas de aprendizaje. Recientemente recordó que su padre abusó sexualmente de él. Pablo siempre está de buen humor, pero tiene déficit de atención. Varias veces les han dicho adiós a niños del hogar que han sido adoptados. “A veces lloro”, dice Pablo. Algunos eran sus amigos y los echa de menos.
Margarita
Tiene 11 años y no logra pasar de preparatoria. En su expediente no figuran apellidos. Se sabe que su hermano la pateaba y le pegaba con un cable de teléfono. Que su mamá trabajaba en un bar y era alcohólica. La nena vivió en la calle y mendigó comida y dinero. Cuando la rescataron estaba cundida de piojos y con los dientes deteriorados. Llegó al orfanato hace 3 años, pero no recuerda nada. También le cuesta recordar qué hizo el día anterior. Una revisión clínica detalló que tenía retraso mental leve y que posee un coeficiente intelectual entre 60 y 70 puntos. Padece de trastornos emocionales y aún moja la cama. Pero Margarita es ajena a todo eso. Sonríe siempre. Le gusta jugar fútbol y saltar cuerda. Vive el día a día y, afortunadamente, no recuerda nada.
Dany
Sufrió trauma cerebral invasivo debido a las fuertes sacudidas que le propinaron, posiblemente su madre. Padece de convulsiones y de flacidez general y tiene una cicatriz de origen desconocido en la nuca. La abuela ya no pudo cuidarlo. El médico predijo que no viviría mucho, pero ya sobrevivió el año. Con las terapias de estimulación ha llegado a sonreír, pero ve muy poco. Sus padres aún lo visitan, lo cual dificultará que sea declarado adoptable.
Antonio
Su mamá creía que era desobediente y necio. No sabía que no oía. Fue abandonado hace dos años y nadie ha preguntado por él. Está en proceso de ser declarado adoptable. Es estudioso y aplicado. Cursa tercero primaria en un aula regular. Con la ayuda de aparatos consiguió escuchar. Nació hace diez años.
Raúl
Tiene 12 años, ha vivido una década en el hogar y nunca ha recibido visitas. Es la única forma de vida que conoce y no tiene ningún interés en cambiarla. “Ya me acostumbré aquí”, asegura. No quiere ser adoptado. Este año tuvo un citatorio en el Consejo de Adopciones y se asustó. Creyó que iban a llevárselo. Cuando cumpla 18 años pasará a integrar el grupo de decenas de niños abandonados que han crecido en ese orfanato, al que siguen considerando su única casa y familia y que lo visitan frecuentemente.
Wendy
La abandonaron en el hospital cuando nació y nunca preguntaron por ella. De eso hace 14 años, el tiempo que lleva viviendo en el hogar. Padece un síndrome poco frecuente, del que se tienen registrados poquísimos casos en el mundo y que provoca el crecimiento desmedido de algunos órganos. Su pie es tan grande que le cuesta levantarlo y contrasta con su rostro delgadito y el cuerpo menudo. Hace mucho tiempo una familia extranjera intentó adoptarla, pero el burocrático trámite judicial la desmotivó. Ahora Wendy no tiene interés en salir del hogar. “Nunca he pensado en eso. No sé qué contestaría”, dice.
María, Amalia, Dalia, Suly y Lubia
Son 5 hermanas de 6, 8, 11, 13 y 16 años. Se separaron de la madre hace 4 años, cuando María, la mayor, se animó a contarle que el padrastro –y padre de sus hermanas– abusó de ella varias veces. Él se fue preso y ellas, al hogar. La mamá, que estaba embarazada, nunca las visitó. Amalia prefiere pensar que es porque no tiene dinero. Lubia, de 6 años, la traviesa y extrovertida, se muere por conocerla. María asumió el papel de protectora. Las pequeñas le dicen mamá.
Cuenta que ha orado mucho para que una familia quiera adoptarlas. Se la imagina amorosa, todas viviendo juntas y felices.
Víctor
Se le cae la pose de seriecito y desconfiado aunque no lo quiera. Es tierno. De cachetes pellizcables y ojos tristones. Tiene 12 años y reside en el hogar desde hace 4. Antes vivió con la madre y con la madrina, pero ninguna podía hacerse cargo de él. Sufrió una serie de abusos a lo largo de su vida, los cuales ha ido superando con terapias psicológicas intensivas. Dice que le gustaría ser arquitecto o un buen dibujante y que lo adoptara una familia de Estados Unidos, como las que adoptaron hace un tiempo a otros niños del orfanato, pero que también estaría bien una guatemalteca, que le dé todo lo que él quiere, o sea “juguetes, juguetes y juguetes”. Nunca ha habido una familia interesada en adoptarlo.
Las niñas María, Amalia, Dalia, Suly y Lubia


El milagro Ruth
Gladys fue su cuidadora desde que nació y la crió durante un año. La entregó con el corazón partido a la estadounidense que la adoptó. Pero una corazonada no la dejaba dormir. “La nena está sufriendo”, cuenta que sentía. Hasta que lo confirmó: la adoptante, al ver que la niña tenía retraso mental, la entregó a un juzgado y demandó a la agencia de adopciones. Gladys Villagrán y su esposo Arnulfo Roldán la buscaron durante 3 meses hasta que una vecina, que trabajaba en una casa cuna, les contó que la había visto. La pareja de 56 y 57 años ya tenía 3 hijos mayores, nietos y un bisnieto, pero no dudo en adoptar a Vilma. No los desalentó el diagnóstico médico de que nunca caminaría ni hablaría. El trámite de adopción duró más de 2 años. Ahora ya es su hija y la llamarán Ruth. “Es un milagro”, dicen sus padres. “Era una niña por la que nadie daba nada y ahora se vale por sí misma. Si la gringa la viera se enamoraría de ella”, comenta Arnulfo. Ruth aprendió a andar y dice algunas palabras. Cada logro reconforta a sus padres. Cada abrazo les paga sus esmeros. “Para nosotros ella está sana. Tal vez aprende más despacio, pero todos aprendemos con ella”, dice Arnulfo. “Nos ha llenado de felicidad y nos hace esforzarnos por ser mejores personas y darle lo mejor”.
Los grandes hijos de los Coc
“¿Y esos niños?, ¿cuánto le costaron?”, le preguntaron a María Adelina Cotzojay cuando llegó a su casa en San Raymundo con los dos niños que presentó como sus hijos. Juan Luis tenía cinco años y María Luisa casi siete. 
No era la idea de hijos que tenía ella y su esposo Ezequiel Coc cuando decidieron adoptar, tras intentar procrear durante nueve años. Querían un niño menor de cinco años, pero cuando les hablaron de dos hermanitos meditaron sobre la posibilidad de no tener un hijo, sino dos, y bastante creciditos. No lo consultaron con nadie, cuentan. Ya veían venir los consejos de que “los niños grandes no se adaptan ni se acostumbran”. Lo decidieron ellos dos sin contarle a nadie. Ha sido la mejor decisión de ambos. La llegada de los niños alegró como nunca su casa y sus vidas. Los llamaron papá y mamá desde que los visitaban en el hogar. Son obedientes y amorosos, se dieron a querer fácilmente y se ven felices. Incluso están aprendiendo con facilidad el kaqchikel. Los padres también se adaptaron bien a los pequeños. Ahora, dicen, sienten que su trabajo y sus sacrificios tienen sentido. Los llevan a la finca, al mercado, a la iglesia, a celebraciones familiares. Es una ventaja que los niños no sean bebés, consideran, porque se los disfrutan más. Están pensando en volver a adoptar. No importa la edad. “Son una bendición”, dicen.

1 comentario:

  1. Me partio el corazon la historia de las 5 hemanas (Maria, Amalia, Dalia, Zuly y Lubia), me pueden decir que paso con ellas? si encontraron un hogar?

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