lunes, 28 de junio de 2010

Nuestro niño interno pide a gritos atención, amor y cuidados

¿Y usted lo escucha?
La Nota Médica de hoy
Leímos para usted: Renato Lechuga
POR VIVIANA RUIZ
ILUSTRACIONES: BILLY MELGAR

Un piloto se estrella en el norte de África —para ser más precisos, en el desierto del Sahara—, y cree estar completamente solo; no hay nadie a cientos de kilómetros a la redonda. De repente, durante la noche, una vocecita lo despierta, se inquieta y no sabe si alucina por el frío que se siente en los desiertos. Entonces, la figura de un niño aparece entre las dunas y le pide que le dibuje una oveja (El principito, de Antoine de Saint–Exupéry).
Seguro que ese niño —y no me refiero al de la historia de Saint-Exupéry, sino al que usted, yo y todos llevamos dentro— muchas veces le ha pedido no precisamente que le dibuje una oveja, sino que lo escuche y comprenda.
Y es que lo que vivimos durante la infancia, siempre permanecerá en nuestra memoria, pero de forma consciente la acallamos, sobre todo si lo único que nos trae al presente son momentos tristes, recuerdos no gratos, pero esa barrera, ese mecanismo de defensa que nosotros nos impusimos, no solamente limita que revivamos los instantes desagradables; también nos borra lo bueno y agradable que pudimos haber vivido en aquellos años, dando como resultado hombres y mujeres con su niño interno herido, y por lo tanto mal humorados, violentos o deprimidos. Y aunque parezca contradictorio, para ser adultos felices y plenos es conveniente sanar a aquel niño.
La felicidad al ritmo de la vida
Desde la concepción hasta los seis años —otras corrientes aseguran que empieza 18 meses antes de la concepción— el niño absorbe como una esponja lo que sucede en su entorno. “Es en esta etapa en la cual aprendemos a funcionar, interiorizamos muchos patrones de conducta y formas de interpretar la realidad, a partir de allí empezamos a replicar los mismos patrones a lo largo de la vida, y por eso la importancia de una infancia saludable”, explica la psicóloga hipnoterapista Ana María Larra. 
Según otros expertos de la conducta, una buena infancia es aquella en la que el niño puede sentirse querido, desarrolla un sentido de pertenencia, sabe quién es su familia y se siente parte importante de ella. “Sin embargo, no es la situación de todos y en nuestra cultura posiblemente estamos hablando de la minoría”, explica Larra.

En manos de la psicología
La rama de la psicología denominada transaccional es a la que se le debe el estudio del niño interno, porque esta proporciona un modelo para comprender la estructura y la dinámica de la personalidad.
Para esta corriente, la estructura psicológica del ser humano está dividida en tres partes: el padre, el adulto y el niño, siendo este el cuerpo y las emociones, “es la vida y energía”, explica el psicoterapeuta Juan Carlos Zetina.
El niño puede aflorar sano o herido en la etapa adulta. El primero es aquel que actúa de forma despreocupada, alegre, espontáneo, auténtico y amoroso. Con este no hay ningún problema. El segundo, y que es un verdadero dolor de cabeza, actúa de manera infantil, inmadura, irracional, temerosa, y poco o nada cariñoso.
“El niño interior herido es una estructura imaginaria, formada a partir de las experiencias dolorosas que atraviesa todo ser humano. Se trata de ese bagaje de emociones y sentimientos reprimidos de dolor, frustración, abandono, injusticia, temor, rechazo y soledad sufridos durante la infancia y que salen a flote en la etapa adulta. Son todos los acontecimientos negativos que un individuo guarda en su interior y que no le permite ser ‘normal’, y que da como resultado hombres y mujeres con muchos resentimientos, ira y baja autoestima, entre otros factores”, explica Ana Larra.
El estadounidense John Bradshaw, teólogo, consejero familiar y comunicador social que ha dedicado gran parte de su tiempo a investigar sobre esta temática apunta en su libro Recuperación y reivindicación del Niño Interno que el infante herido se forma cuando los adultos provocan situaciones de violencia, desprecio y maltrato, que dañan al niño real, contaminando al futuro hombre o mujer, y este a su vez replicará ese comportamiento, formando un círculo vicioso que resulta en la principal fuente de la miseria humana.
Bradshaw hace hincapié en situaciones de abuso sexual, violencia física y emocional de pequeños criados en hogares con padres alcohólicos. Sin embargo, hay heridas ocasionadas en casas donde no se llega al extremo de la violencia o abuso, porque en familias que parecen funcionar bien también se puede dañar a los chicos por causas diversas, dice Zetina.
“De esa cuenta es que estamos llenos de gente infeliz que reacciona de forma temerosa, incluso violenta, a cosas tan simples como una crítica constructiva o a una caricia”, asegura Larra. 
Pero también es importante aclarar que cada persona tiene diferentes niveles de tolerancia a la frustración y mejores o más fuertes mecanismos de defensa, los que le construyen una autoestima menos frágil, en resumen, una persona emocionalmente más fuerte y por lo tanto con un niño interno menos golpeado, comenta Zetina. 
“No todo, sin embargo, está perdido”, alcanza a decir Larra, “pues las respuestas de por qué cada vez somos menos tolerantes y más hirientes están en nuestro disco duro, nuestro cerebro, y es ahí donde almacenamos los rencores y es ahí donde tenemos que llegar para perdonar lo que nos hicieron en aquella época y experimentar una mejor calidad de vida”.
Al trabajar y rescatar a nuestro niño interior herido y hacerlo crecer logramos conectarnos con el ser esencial o niño maravilloso, quien posee todas las cualidades y potencialidades que fueron ahogadas en la niñez. Es, en realidad, el niño maravilloso quien nos motiva a realizar el rescate del herido, ya que este puede realizar el trabajo de recuperación por estar muy ocupado defendiéndose y sobreviviendo, cita Bradshaw en su ejemplar.
María, una joven mujer profesional que asiste al grupo de autoayuda Corazones abiertos; hijos adultos de alcohólicos y familias disfuncionales 
(ACA) está de acuerdo con Larra y asegura que sanar al niño herido es viable porque ella lo ha vivido en carne propia. “Es un proceso largo que requiere de mucha constancia y aceptación. Yo crecí dentro de una familia de clase media alta con un padre que si bien nunca dejó de proveer estabilidad económica, bebía constantemente, y por lo mismo nunca cumplió una promesa”.
“Mi madre, como típica guatemalteca, jamás reclamó sus derechos y ha sobresalido por ser muy abnegada. Ahora, en mi adultez y tras un divorcio, me di cuenta de que nunca tuve una vida normal”. 
“Durante mi adolescencia fui rebelde sin causa, autoritaria, distante, mal humorada. En mi juventud fui muy temerosa e incapaz de mantener una relación amorosa por largo tiempo. Al graduarme, me obsesioné con el trabajo, porque trataba de llenar mis vacíos emocionales con esto. Me abandoné para cuidar a otros. Como a la mayoría, cuando toqué fondo acepté mi condición de haber vivido en una familia disfuncional y busqué ayuda”, comparte María.

Qué son las familias disfuncionales
Son los núcleos familiares en los que sus miembros no cumplen sus roles establecidos, existe el maltrato físico o psicológico o los padres están divorciados. Las familias de este tipo forman hijos disfuncionales, los cuales, según los expertos de la conducta, pueden ser de tres tipos.
Invisibles: el hijo que elige este papel evita agregar cualquier tipo de carga a su ya presionada familia.
Su contribución es no existir. En cuanto a su propio dolor, es insensible, no siente nada.
Malo: se convierte en el foco del dolor, la ira, el miedo y la frustración. 
Bueno: trata de ser una persona de éxito para redimir a su familia y así llenar ese vacío interior. Su apariencia feliz, brillante y entusiasta sirve para disimular la tensión, el miedo y la furia interiores.

Culpables o inocentes, ¿quién me sana?
Hasta el momento todo pareciera indicar que son los padres los culpables de que hoy vivamos entre adultos heridos y violentos, pero no son los únicos, la cultura y la religión también ofrecen su granito de arena, expresa Larra. En esto también coincide María, pues según su experiencia, el entorno en el que se vive deja huellas. 
“Mamá y papá son los responsables, pero no hay que eximir a la sociedad en sí, pues todos en algún momento de nuestras vidas tenemos a un niño cerca de nosotros, podemos ser sus profesores, sus confesores, sus amigos… El desarrollo de un niño sano está en manos de todos”, advierte.

“¿Por qué es tan extraño que un adulto le diga a sus padres que los ama?, ¿tiene miedo que lo rechacen, a ser herido? Así está nuestra sociedad, somos incapaces de expresarnos con naturalidad y soltura, porque el niño que sale a flote es el herido. Tenemos miedo de nosotros mismos”, sentencia la experta.
Y es que ya lo decía Jean Paul Sartre: “No importa lo que nos hacen, lo que importa es lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”.
Por eso es que Larra es clara en exponer que el principal culpable de que un adulto no se preocupe por recuperar a ese niño es él mismo. “Son muy pocas las personas que se dedican tiempo para sí mismas y se responsabilizan de sus actos. Si al hacer un análisis de nuestra conducta la constante es que somos agresivos, debemos buscar ayuda con un psicólogo.
“El cambio vendrá si aceptamos que tenemos un problema, hacemos un compromiso y deseamos transformar nuestra vida”, señala Larra.
María asegura que el primer paso para la recuperación es la humildad. “Si reconocemos que estamos mal todo será más fácil”, comenta.

Técnicas
María apoya la técnica que emplean en su grupo de apoyo con un programa de 12 pasos, similar al que emplean en Alcohólicos Anónimos. “Nos reunimos en un ambiente mutuo de seguridad, donde compartimos nuestras experiencias comunes. Descubrimos que la forma como fuimos educados afectó nuestro pasado e influye en nuestro presente. Empezamos a identificar los elementos insensatos de nuestra niñez y la identidad que tenemos fuera de nuestra familia de origen. Aprendemos a reeducarnos con gentileza, humor, amor y respeto. Nos enfocamos en la solución de nuestro problema y aceptamos que hay un poder superior amoroso que nos liberará del pasado y que nos hará encontrar un camino para mejorar nuestra vida”.
Ana María Larra, aunque apoya a este tipo de grupos, sugiere que se combine con la visita de un experto de la conducta humana para que la terapia sea efectiva. Claro está, comenta, que en países como el nuestro es difícil una ayuda de este tipo, ya que las consultas son caras.
La técnica que esta experta emplea en su clínica es la hipnosis. “Sin lugar a dudas para mí no hay nada más eficiente que esta terapia”. Según ella, la hipnosis es un estado provocado, no natural, el cual es inducido por una serie de sugestiones que realiza el hipnólogo. Son regresiones, la repetición de actitudes emotivas inconscientes, adquiridas por el paciente en el curso de su infancia respecto de ciertas personas muy cercanas a él, en especial sus padres. No solo una actitud afectiva, sino todo un modo de obrar es transferido desde las circunstancias infantiles hasta las presentes para encontrar la raíz del problema.
Juan Carlos Zetina, si bien apoya la consulta a psicólogos, aboga por poner en práctica las cosas simples y sencillas. “Vivimos en una sociedad en la que está todo muy automatizado, cuadriculado y predomina lo mental. Nos hemos olvidado de nuestro cuerpo, sus movimientos y cinco sentidos. Nos hemos olvidado de tocar y tocarnos, de sentir, de ver y escuchar al otro, de paladear no solo las comidas sino la vida misma”, comenta.

Es por ello que necesitamos despertar nuestros sentidos, reaprender nuestra parte sensitiva y comunicarnos mediante ella, volver a conectarnos con nuestro cuerpo.
Los sentidos y movimientos corporales son un buen camino para reaprender a ser y estar, porque ayudan a reconectar nuestra mente, a la cual valoramos mucho hasta identificarnos con ella, con nuestro cuerpo, al cual tenemos anulado y poco en cuenta,
Para Zetina, un simple paseo por el campo, el mar, la montaña o por un parque próximo a casa, puede transformarse en toda una aventura y experiencia de descubrimiento, si se realiza con gusto. Y todo esto nos ayudará a recuperar al niño interno herido.

El libro El Principito, con el que inicié este texto, termina de la siguiente manera: “...si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado”.
María Chinchilla
Cómo reconocer al niño interior herido
  • Estas preguntas, otorgadas por la ACA, le darán una visión general de hasta qué punto su niño está herido, si su respuesta es afirmativa a 5 o más, necesita trabajar en su niño interior. Responde honestamente.
  • 1. ¿Experimento ansiedad siempre que pienso en hacer algo nuevo? SÍ NO
  • 2. ¿Me gusta complacer a la gente y carezco de identidad propia? SÍ NO
  • 3. ¿Soy rebelde. Siento que vivo cuando entro en conflicto? SÍ NO
  • 4. ¿En lo más profundo de mi ser, siento que hay algo que no está bien? SÍ NO
  • 5. ¿Soy acaparador). Me afecta desprenderme de cualquier cosa? SÍ NO
  • 6. ¿Me siento inadecuado como hombre/mujer? SÍ NO
  • 7. ¿Estoy confuso acerca de mi identidad sexual? SÍ NO
  • 8. ¿Me siento culpable cuando si defiendo algo y prefiero ceder? SÍ NO 
  • 9. ¿Tengo dificultades para empezar las cosas? SÍ NO
  • 10. ¿Tengo dificultades en terminar las cosas? SÍ NO
  • 11. ¿Rara vez tengo un pensamiento propio? SÍ NO
  • 12. ¿Me critico constantemente por ser inadecuado? SÍ NO 
  • 13. ¿Me considero un pecador y tengo miedo de ir al infierno? SÍ NO
  • 14. ¿Soy inflexible y perfeccionista? SÍ NO
  • 15. ¿Siento como si nunca hiciera bien las cosas? SÍ NO
  • 16. ¿Siento como si no supiera lo que quiero? SÍ NO
  • 17. ¿Temo que me abandonen o me rechacen? SÍ NO
  • 18. ¿Mi vida está vacía. Estoy deprimido la mayor parte del tiempo? SÍ NO
  • 19. ¿No me gusta que me toquen? SÍ NO
  • 20. ¿Rara vez sé lo que siento? SÍ NO
  • 21. ¿Me da vergüenza llorar? SÍ NO
  • 22. ¿Me avergüenza estar asustado? SÍ NO
  • 23. ¿Me avergüenzan mis funciones corporales? SÍ NO
  • 24. ¿Tengo trastornos de sueño? SÍ NO
  • 25. ¿Desconfío prácticamente de todo el mundo? SÍ NO
  • 26. ¿He estado o estoy casado con un adicto? SÍ NO
  • 27. ¿Soy obsesivo o dominante en mis relaciones? SÍ NO
  • 28. ¿Tengo miedo a figuras autoritarias? SÍ NO
  • 29. ¿Detesto estar solo y hago cualquier cosa para evitarlo? SÍ NO
  • 30. ¿Evito conflictos a toda costa? SÍ NO

Para más información ingresar a la página: www.acacorazonesabiertos.org o escribir a acacorazonesabiertos@gmail.com
Dos vidas
  • Protagonizada por Bruce Willis, esta propuesta, pese a ser una comedia, muestra de manera muy clara la importancia de los acontecimientos vividos en la infancia y sus consecuencias emocionales al ser adultos.
  • ¿Ha imaginado cómo sería encontrarse consigo mismo cuando tenías ocho años? ¿Qué le diría ese niño? La película muestra el reencuentro, como si fuese real, pero lo verdaderamente real es el cambio que todo ello producirá en la vida de Russ.
Antwone Fisher
  • Volviendo a Vivir, con Derek Luke y Denzel Washington —quien debuta como director—, está basada en hechos reales. Cuenta la historia de un marinero rebelde que lo envían al psiquiatra, pues necesita aprender a dominar su temperamento inestable. Al recordar su historia hace un viaje emocionante al confrontarse con su doloroso pasado y cambia toda su trayectoria. La película refleja muy bien las consecuencias emocionales de quien ha pasado por maltratos en la infancia, con agresiones físicas, sexuales y psicológicas.
Libros
  • El caballero de la armadura de hierro
  • La princesa que creía en cuentos de hadas
  • El Principito

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