lunes, 9 de noviembre de 2009

“Los sueños de un niño lustrador de zapatos”

El sueño de Martín
¿Por qué los adultos no consiguen trabajo y los niños tienen que trabajar?
Por: Marcela Gereda

Leímos para usted
Renato Lechuga
Gestor y Planificador Territorial





El altiplano se ha llenado de pascuas, flores amarillas y moradas. Con todo y lo alegre que parece el paisaje, varias escenas nos sacan de lugar. Nos quebrantan la posibilidad de soñar. Son los niños trabajadores, que nos recuerdan que a cada rato se nos olvida que el futuro depende de la sonrisa de los niños. Son las manitas pequeñas que tienen que hacer aquel y este oficio. Ganarse los centavos entre la caña, el cardamomo, el café. Llevando la leña o lustrando zapatos.
Cosechando, tirando fuego por la boca, picando piedra, ofreciendo la nada en los semáforos.

¿Cómo es que seguimos reproduciendo un modelo económico en el que los adultos no consiguen trabajo y los niños tienen que trabajar? Esa y otras preguntas me las recuerda Félix en Quiché. Kevin con su peso de leña sobre la espalda y Martín desde su cajita de lustre.


Martín es un niño, que, como muchos en Guatemala no puede ser niño. Está determinado por las tareas cotidianas.

Marcado por una piel de niño soportando cargas de adulto. A pesar de que su rutina es preguntar una y otra vez:
“shushain amigo”, “lustre don”, parece que dentro de su pequeña e inmensa cajita de lustre intenta romper con la rutina al inventar un mundo diferente cada día.

Hace más de 30 años el escritor Manuel José Arce escribió La cajita de lustre: dice así:


“Este es, quizás, el mueble más pequeño del mundo. En él sólo cabe un pie. Un pie, apenas, Ah, penas. Y debajo de ese pie, las herramientas del humildísimo trabajo; las pastas y los tintes de diferentes colores, los cepillos y los trapos. ¡Los trapos! Pedazos de la ropa del lustrador, casi jirones de su propio pie, recuerdos de domingos remotos, andrajos, de la capa de San Martín, chirajos de la túnica de Cristo. ¡Qué noble bandera pudiera hacerse con los trapitos de los lustradores!


…Pasa el bus del colegio repleto de niños con uniformes y cuadernos y sueños nuevos. Van hacia las aulas nítidas, la pedagogía impecable, la posición en sociedad, el futuro asegurado, la salud asegurada, el amor… quien sabe. Son niños. El no es niño; es patojo. Y ser patojo como él es ser pequeño adulto. Juega, es cierto. También los adultos juegan. Juegan al amor (de mentiras, de juego), juegan a la vida (de mentiras, de juego), juegan a la muerte (esa sí, esa de verdad: es el final del juego). El es adulto porque trabaja. Trabaja como hombre. Como un hombre de metro veinte y de diez años. Pero en fin, como hombre. Con su cajita de lustre. A la altura de los pies. Lo miro y lo miro el pie social, implacable, sobre su cabeza hundiéndose en el barranco, no dejándolo germinar…”


Treinta años después el mundo no parece muy diferente de como lo pintó Manuel José. Mientras Martín trabaja en el parque otros estudian y pasean en el. El pegamento para calmar el hambre sigue azotando a las “ilustres cajitas de lustre”. Mientras unos niños sueñan a ser “American Idol” o artistas de rock, ahí, desde su solitaria esquina y esperando abrir su cajita de lustre, Martín no sueña otra cosa que con un par de zapatos nuevos.


 “Andas como niño con zapatos nuevos”, decimos cuando queremos expresar la alegría feroz de lo nuevo. Es eso lo que Martín quiere unos zapatos nuevos, es decir una vida nueva.


Y la cajita de lustre de aquí para allá, gastó la mañana buscando un par de zapatos. Ni para un tor-trix o un maní japonés. Ni para unos zapatos de paca, mucho menos unos nuevos.  


Este territorio inhóspito donde las miradas de los que ahora forjan sus sueños están manchadas de shinola negra, shinola colorada, pasta blanca o surcadas por cualquier trabajo, debe ser lugar para proponer un sistema de desarrollo local, en el que reivindiquemos el derecho de los niños a ser niños. ¿Y si hacemos un mundo donde las banderas sean los trapitos del trabajo digno de los niños lustradores de zapatos?, ¿y si construimos un cielo que ilumine las sonrisas de los juegos de los niños y no del trabajo infantil?, ¿y si nos recordamos los unos a los otros que lo que ahora le toca a cada niño del país no es otra tarea más que la de jugar soñando y soñar jugando?

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