Han jugado impunemente con su nobleza.
Por: Anabella Giracca
Leímos para usted:
Gestor y Planificador Territorial
Renato Lechuga García
El amor imposible entre el Sol y la Luna ha sido representado por mitos, leyendas y tradiciones del mundo entero. Durante eternas eras, se han visto obligados a vivir separados por un hechizo de trueno: mientras uno comanda el día, la otra refunde su tristeza en la noche oscura. Sufren la separación en silencio con la única esperanza de un eclipse, para así poder amarse mirándose a los ojos. Dicen que la tristeza de amor de la Luna desembocó en una sola lágrima dulce, y que cuando cayó en este lado de la Tierra, formó el lago de Atitlán. Ahora, cada día, a las tres de la tarde en punto, esa lágrima gigante agita su dolor elevando furibundos dobleces de Xocomil.
Esa profunda gota azul representa uno de nuestros mayores orgullos. Cuando de Atitlán se trata, no escatimamos en piropos. Lo inscribimos en concursos de belleza, aparece en sellos y postales y todos afirmamos convencidos que es el lago más bello de este mundo.
Pero caímos de nuevo en una trágica emboscada, esta vez dirigida a una de las maravillas del planeta. Zapatos, botellas, pajillas, bolsas, botes, latas, trapos y todo tipo de basuras habitan insolentemente en su fondo. Y para colmo, una nube acuática lo invadió de la noche a la mañana: especie de bacteria que se apodera de sus aguas a una velocidad escalofriante.
A esto se le llama impunidad. Muy poco se sabe del tratamiento de aguas residuales de hoteles, casas y pueblos que lo rodean. Esto empata con la magnitud de contaminación de los ríos, que desembocan a diario toneladas de basura y desperdicios sin control. La verdad es que han jugado impunemente con su nobleza.
Como que Amatitlán no fue suficiente y ahora nos damos el lujo de repetir la historia. En las escuelas no existe el curso de “cuidado ambiental”; a la fecha no hay suficientes actividades que tengan como fin modificar los hábitos de las comunidades; los movimientos comunitarios a favor del lago no han recibido apoyo del Estado (y vienen advirtiendo desde hace años la tragedia); no hay tratamiento de basura y hasta han experimentado sembrándole especies extranjeras. No olvidemos que al menos 12 comunidades beben de su agua, comen de sus peces y ganan de su turismo.
Amerita todo nuestro repudio, llanto y denuncia, porque estamos a tiempo de sanearlo ya que no nos dimos tiempo para prevenir su enfermedad.
¡Qué pena con la Luna, ella que nos confió su única lágrima de amor!
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