lunes, 12 de marzo de 2012

De cómo se forma un asentamiento


De cómo se forma un asentamiento
Los barrancos y laderas de la ciudad capital están llenos de historias de quienes animan a otros a instalar asentamientos. Esta es la versión de 5 personas que promovieron la invasión del asentamiento más joven de la ciudad, Coronel Jacobo Árbenz.
Por: Susana de León sdeleon@elperiodico.com.gt
Leímos para Usted: La Ceiba, Consultora en Gestión y Planificación Municipal.
La noche del 13 de enero, 3 soldados se preparaba para custodiar la entrada del Cuartel Militar Matamoros. El silencio de la calle se cortó con el sonido de los motores de 15 automóviles y los pasos de un centenar de personas con machetes, piochas y otras herramientas de labranza. Al principio los 3 uniformados verde olivo se sintieron amenazados, pero después entendieron la situación cuando aquel grupo cortó la maleza y dejó limpio el terreno. “Una invasión en proceso”, pensaron.
Aquellos 120 hombres y mujeres, trabajaban sin parar. “Un grupo acá y otro allá, tal como lo planeamos, compañeros”, les animaba Fidel Morales, aquel de lentes de montura plástica y morral al hombro que los dirigía. Al cabo de 5 horas, la primera de seis manzanas de extensión estaba lista para instalar un improvisado campamento.
Así la historia del asentamiento más joven construido en la ciudad capital; un casco urbano donde los barrancos, laderas y fincas estatales empezaron a escasear. Un fenómeno comprensible considerando la cantidad de familias sin casa; “tan solo en la capital existe un déficit de 400 mil viviendas”, explica José Gándara, presidente de la Comisión de la Vivienda, en el Congreso.
Estas familias traen consigo una sarta de anécdotas que coleccionan por su condición de nómadas. Fidel, el hombre robusto con lentes de montura plástica y morral al hombro es portador de estas historias. A los 10 años vivió en el Cerrito del Carmen cuando el terremoto de 1976 destruyó su casa en algún punto de la zona 1, no recuerda bien dónde. Después se trasladó al Barrio Gerona donde animó a sus vecinos a organizarse e invadir la finca El Zacate, una ladera cercana a La Limonada, en 1995.
Un pleito con el comité de vecinos de El Zacate, rebautizada como Santo Domingo El Tuerto, lo desligó del movimiento y se marchó. De nuevo aparece en escena en la Asociación Un Nuevo Amanecer que planeó el “Asentamiento Humano Coronel Jacobo Árbenz”. “Aquí las cosas se hacen de forma distinta, queremos un ambiente sano para los niños, por eso pedimos antecedentes penales y policíacos”, cuenta Morales. Incluso planificaron con asesoría de una arquitecta (de quien se reserva su identidad) para la ubicación de la escuela, una guardería y el salón comunal.
Son 6 manzanas de ladera seccionadas en 250 terrenos de 4 metros de frente por 7 de fondo; todos tienen dueño, pero solo 50 están ocupados. “Son las familias que en definitiva no tienen dónde vivir”, explica Morales. Por el momento compran agua, y no hace falta más que subir la vista a los postes de alumbrado para adivinar de dónde obtienen energía eléctrica.
La semana pasada, el comité de vecinos entregó una solicitud a la Empresa Municipal de Agua (Empagua) para que le construyan drenajes y un chorro que les surta del líquido. Pero los servicios quizá no lleguen. El lugar tiene 45 grados de pendiente, una ladera peligrosa, más cuando llueve, según Andrés Casasola, director de mitigación de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred). Sin el aval de la entidad, la Municipalidad no podrá responder a los vecinos.
“Alguna solución tiene que existir”, insiste Morales, pero abandonar el barranco definitivamente no. Mientras, observa desde lejos un tanque de agua al otro lado del barranco, a donde solía subir cuando necesitaba estar solo en Santo Domingo El Tuerto, y desde donde vio por primera vez el sitio que ocupó con 250 familias.
Marta
“No queda nada. Nada”, sollozaba Marta Valiente mientras observaba cómo las llamas consumían sus cosas; calcetas, golosinas y chicles, la venta diaria para subsistir. Una más en su lista de tragedias: en 2005 el río San Francisco se llevó su casa en Panajachel, Sololá; en 2007, su cuarto se hundió en el boquerón del Barrio San Antonio, zona 6; y el pasado 31 de diciembre perdió cuanto poseía en un incendio.
El consejo de un amigo fue la luz al final del túnel, “llegá al Frente Popular, ahí se reúne un grupo que piensa invadir un terreno”. De eso hace 9 meses. Marta encontró a una veintena de vecinos de distintos asentamientos de las zonas 1, 6, 18 y 21.
Tenían (y tienen) en común su precaria situación económica y que ninguno cree en las promesas del Gobierno: “Nos han ofrecido cosas y apoyo, pero nunca lo hemos recibido”. En febrero de este año, sin embargo, el Congreso de la República aprobó la Ley de la Vivienda (Decreto 9-2012). “Pero se necesita voluntad política y al menos Q2 millones anuales para resolver el déficit del área metropolitana”, reconoce el diputado Gándara, de la Comisión de la Vivienda.
Marta es la presidenta del asentamiento Jacobo Árbenz, llamado así “en honor al soldado del pueblo que repartió tierras entre los más pobres”, dice. Originalmente lo llamaron Poncho Bauer Paíz, pero su viuda los visitó para pedirles que buscaran otro nombre. La primera anécdota del asentamiento.
Igual que Marta, Otto (a secas) llegó a la Asociación Un Nuevo Amanecer, por consejo de un amigo.
Otto
Cansado de pagar Q650 por un cuarto de 4 por 4 metros donde vivía con su esposa e hija, decidió buscar un lugar para establecerse de manera permanente. “Aunque no sea legal, por el momento”, dice Otto. Es un perito contador dedicado a pintar casas y a colocar cielos falsos. Participa en las reuniones de la Asociación desde mayo de 2011.
Los vecinos que ocupaban terrenos estatales podían negociar con la entidad correspondiente para legalizar el área tomada, como era años atrás; esta vez las cosas son diferentes. La nueva Ley de la Vivienda indica que solo los terrenos invadidos antes del 31 de diciembre del 2007 tienen derecho a realizar este proceso, explica Gándara.

Negociar la legalidad de la tierra que ocupan no es opción para los habitantes del asentamiento Jacobo Árbenz, lo cual confirmaron el 14 de enero, un día después de la invasión. Un hombre con insignias militares, miembro del Comando de Apoyo Logístico del Ministerio de la Defensa, les advirtió que el terreno donde estaban, además de ser propiedad del Estado era un área peligrosa, pero no logró persuadirlos para que se fueran. De esa cuenta el Ministerio de la Defensa puso una denuncia ante el Ministerio Público (MP), dice Rony Urízar, vocero de la institución armada.
“No sabemos cómo proceder, ahora solo nos queda esperar”, se resigna Otto. Se siente comprometido con las 38 madres solteras, 16 padres solteros y las otras 196 familias del asentamiento Jacobo Árbenz. “Estos grupos se adaptan a cualquier condición, la necesidad los obliga”, explica Carlos Martínez, analista del área socioeconómica del Instituto de Problemas Nacionales de la Universidad de San Carlos (Ipnusac).
Como al resto de vecinos los gastos agobian a Otto; también a Juan José, uno más del grupo fundador.
Juan José
Su voz es grave, acorde a su estatura y complexión robusta. Juan José Gómez, un panadero de 51 años, se considera un revolucionario, de cómo llegó a Un Nuevo Amanecer es muy representativo de su ideología: el 20 de octubre mientras caminaba por el Pasaje Rubio recibió la invitación de un amigo para unirse a la toma de un terreno y él aceptó.
El grupo se formó el 18 de mayo en un espacio cedido por el Frente Popular, meses después alquilaron un local para sus reuniones. Cada uno aportó Q100 para las letrinas, cal para marcar cada terreno, palos, plástico… todo lo necesario para invadir un terreno. Cuando Juan José se unió tenían lista la fecha y hora de invasión.
Así cada día se acercaban a preguntar por los terrenos más personas, sin embargo, los espacios se habían agotado. “Estas personas viven con la esperanza de encontrar un lugar propio, tanto por la necesidad de establecerse en un lugar como para amortiguar el costo de alquiler”, indica Martínez, el experto en asentamientos del Ipnusac.
Roxana
A dos meses de instalarse el asentamient Jacobo Árbenz, los niños corren por las improvisadas calles de tierra. Parecen muy adaptados a su nuevo hogar, incluso hay una tienda donde compran naranjas con pepitoria.
Debajo de los plásticos negros y azules que protegen a familias jóvenes y numerosas –la mayoría– sobresale la de Roxana. Sus hijos mayores hicieron sus vidas, vive solo con su hijo de 19 años con retraso mental. “Estaba cansada de pagar Q800 por una habitación donde no cabían más que dos camas. De baño propio ni hablar”. Asistió a la reunión en la 8a. calle de la zona 1 y aceptó participar en la invasión.
Los niños juegan en las empolvadas calles, como lo hicieron sus padres a su edad en algún asentamiento antiguo y como probablemente lo harán sus nietos si no se atiende el problema. Por ahora son testigos silenciosos de cómo se funda un asentamiento en 8 meses y una semana. Será información útil si deben ponerlo en práctica cuando crezcan y busquen casa.
30 mil las familias que necesitan vivienda cada año, según estimaciones del CEUR.
2 mil los casos de invasiones que Conred evaluó los últimos 2 años, en todo el país."La injusta concentración de la tierra en pocas manos es una de las principales causas del fenómeno”.
Mario Bravo, investigador de Flacso
EN LOS ASENTAMIENTOS
Los primeros asentamientos se fundaron en la ciudad capital después del terremoto de 1918. En la actualidad existen 400 en el área metropolitana, estima Mario Bravo, experto en el tema de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). En términos monetarios las viviendas informales tienen un precio elevado. “Si bien el trabajador no cobra su fuerza laboral, los materiales de construcción deben reemplazarse constantemente”, explica Florentín Martínez, investigador del Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR) de la Universidad de San Carlos (Usac).

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