lunes, 12 de marzo de 2012

Minamisanriku, el pueblo que se llevó el tsunami


Minamisanriku, el pueblo que se llevó el tsunami
Se basaron en el terremoto de 1960 en Valdivia para planificar su prevención. Levantaron diques y cada año hacían simulacros. Pero nada de eso bastó el 11 de marzo pasado, cuando el tsunami en japón casi borró del mapa a Minamisanriku, dejando Mil muertos y 310 desaparecidos. Fue la ciudad que sufrió el golpe más brutal del maremoto, y hoy, A un año de la tragedia, sus sobrevivientes trabajan por reconstruirla, esta vez a prueba de maremotos. En total, en las tres provincias afectadas por el terremoto, la cifra se elevó a 15.844 fallecidos y 3.451 desaparecidos.
Por: Nieves Aravena, Desde Minamisanriku, Japón
Leímos para usted: La ceiba
Gestión y Planificación Territorial Municipal
Guatemala C.A.
Aquí no hay otra opción que empezar de nuevo. Después del terremoto y tsunami que el 11 de marzo de 2011 arrasaron con el este de Japón, hoy sólo quedan vestigios de lo que fuera Minamisanriku, aldea de pescadores ubicada a 80 kilómetros del epicentro del mayor terremoto ocurrido aquí en mil años. Esta localidad fue la que sufrió el golpe más brutal del maremoto en toda la costa oriental: la ola arrasó con el 90 por ciento de su paisaje urbano. 
Hoy está nevando en Minamisanriku, igual que ese día aterrador. Sólo que este manto blanco que hoy disimula el paisaje destruido, en ese momento vino a empeorar las cosas. Muchos murieron por las bajas temperaturas atrapados bajo los escombros, tras el tsunami que borró esta pequeña ciudad costera, entonces de 17 mil habitantes.
La ciudad de Minamisanriku, en la costa este de Japón, tenía 17 mil habitantes. Luego de la ola de 16 metros que arrasó el pueblo, murieron 1.000 personas y aún hay 310 desaparecidas. 
 Jin Sato, alcalde de Minamisanriku, es uno de los que logró sobrevivir. En su interior guarda todo el trauma de lo vivido. Se cruza de brazos cuando habla de la catástrofe, se afirma y toca las cuentas de los dos rosarios budistas que asoman del puño de su camisa en su brazo izquierdo. Ese día, él estaba en una reunión cuando se dio la alerta temprana, que en Japón avisa a través de los medios que viene un gran remezón. Luego del sismo, se fue al centro de prevención de desastres que estaba al lado del municipio, en pleno centro. Una zona que supuestamente no se inundaba, hoy borrada del mapa. Iba a coordinar la evacuación tras la alerta de tsunami, pero no alcanzó a evacuarse a sí mismo junto a una treintena de funcionarios
Junto a otras personas, sólo pudo trepar a la azotea del edificio que se desarmaba entero y se abrazó a una antena de radio, mientras el agua le pasaba por encima. 
De ese edificio, hoy queda una estructura desnuda, un cascarón de fierros rojos que se ve de lejos en medio de la explanada ya despejada de escombros. A sus pies, hay un pequeño altar con oraciones, en banderas y tablas, y una imagen de Buda, en recuerdo de una veintena de personas que perdieron la vida ahí mientras intentaban salvar la de otros con sirenas y mensajes por altavoces. De vez en cuando, un vehículo se detiene y sus pasajeros bajan a hacer oración y se van con la clásica reverencia japonesa en señal de respeto. 
Una vez que las aguas bajaron, el alcalde Sato desescaló la estructura del edificio para liderar la atención de las personas damnificadas. Había desesperación de muchas familias por buscar a los desaparecidos, por alimentos y por abrigo.
Se sobrepuso, no sabe bien cómo. Tenía que trabajar y trabajar, sin mirar el reloj. "No soy una persona fuerte, creo yo. Pero soy la única persona que tenía que hacerlo, pues soy el jefe de municipio. La fuerza me vino de mi misión", dice. 
No era la primera vez que Sato sobrevivía a un tsunami. En 1960, el terremoto de Chile en Valdivia, de 9.5 grados Richter, el mayor del mundo según los registros, generó una onda que cruzó el océano Pacífico e invadió Minamisanriku con una ola de tres metros. Hubo destrucción de viviendas y 41 personas perdieron la vida. 
El aprendizaje de 1960 lo convirtieron en prevención. Se levantaron diques de 5,5 metros y rompeolas para proteger la bahía, y cada año se realizaban simulacros ante eventuales ataques del mar. 
Eso sirvió con la ola, no superior a dos metros, del 8.8 Richter del 27 de febrero de 2010 en Chile. Pero con esta masa de agua, que se extendió entre 15 y 18 metros, a una velocidad calculada de 100 kilómetros por hora, no sirvió de nada. "Teníamos un proyecto de prevención de desastres según las experiencias anteriores del tsunami de Chile, en que se suponía 6 metros la altura máxima. Habíamos construido los refugios donde no hubo daños. Pero la altura de este tsunami fue tres veces más de lo esperado y los refugios fueron destruidos. Los que estaban ahí murieron" explica Sato.
De 80 refugios para evacuados, apenas 30 no fueron inundados por el tsunami. Los muertos de Minamisanriku fueron cerca de mil, y hay unos 310 que siguen desaparecidos.  
En Minamisanriku, tras el terremoto y tsunami, hasta el 16 de abril no hubo energía eléctrica. Sin luz, se hizo más compleja la tarea de buscar a los ausentes. Sobre todo porque en esta época oscurece más temprano, como a las seis y media de la tarde. 
Masayuki Itou, un bancario retirado que vive en Sendai, se encontraba ese día compartiendo con familiares y amigos en Minamisanriku. Tras el terremoto salió para evitar la congestión en la carretera y no supo del tsunami hasta el día siguiente, porque en Sendai se cortó la luz y poca gente tuvo acceso a información. Quiso volver a ver a su gente, pero no pudo. "Esta carretera estuvo inundada como cuatro días, había algas, escombros, botes. Cuando logré llegar, les dejé todo lo que tenía. Me pidieron que les llevara calcetines para mantener los pies secos y seguir buscando a los perdidos".
La gente estaba muy traumatizada. En numerosas idas y venidas, desde Sendai, llevando ayuda, Itou recuerda haber conversado con una abuela. "Días después, ella no podía lavar su cara, me dijo, por miedo a sentir el agua. Porque al ver agua se acordaba de la gente que vio irse flotando". 
Piensa que muchos vecinos se confiaron y no evacuaron a tiempo, porque pensaban que sus casas eran seguras, fuera de la zona de inundación. Por eso, dice, se da la paradoja de que quienes vivían más cerca del mar se salvaron y murieron muchos de los que vivían un kilómetro más adentro. 
"Es difícil encontrar a los niños. Tengo unos familiares desaparecidos. No encuentro palabras, ¿qué les puedo decir?", revela Itou y luego muestra una foto de su nieto que juega con otro niño de 4 años, hoy desaparecido.
"Murieron muchos bomberos en las acciones de rescate. Perdí muchos amigos...", relata Shiatsu Ono, quien dirige la cooperativa de pesca de Miyagi, que reúne a gente de varios pueblos costeros, incluido Minamisanriku.
Dice que tenían 10 mil socios y casi 400 de ellos murieron, en su mayoría rescatistas. 
No fue el único dolor con que los marcó el tsunami. Estaba, también, la pérdida de la casa; Ono, como tantos otros, perdió la suya, pero además quedó sin trabajo. A lo largo de la costa, se destruyeron todos los botes y barcos pesqueros, unos 12 mil, de los que han recuperado unos 2.800 y los comparten entre todos para salir a trabajar.
No les ha quedado otra opción que trabajar en la limpieza del puerto, de las calles, en empleos que proporciona el gobierno. 
A un año, miles de toneladas de desechos se pueden ver como nuevas "montañas" en el paisaje de esta aldea. Las hay de vehículos, estrujados e irreconocibles; de desechos de viviendas, de maderas y de gruesos troncos y otras de una mixtura de desechos innumerables. Los japoneses pretenden clasificarlos y reciclar la mayor cantidad de estos materiales.
Minamisanriku ha elegido la figura de los moáis pascuenses como símbolo de la reconstrucción de su pueblo. Para ello, se han inspirado en la réplica de una de estas figuras, en piedra y unas tres toneladas, que estaba en una plaza junto a la de un cóndor para el día del tsunami. Ambas figuras habían sido donadas por el gobierno de Chile cuando se cumplieron treinta años del tsunami de 1960. 
El 11 de marzo del año pasado, la arremetida del mar desplomó la estatua del moái, la partió en dos y la arrastró cerca de 100 metros del lugar donde estaba. Los estudiantes salieron a buscarla entre los escombros. Hicieron una campaña hasta que dieron con la cabeza del moái. Luego la Mitsubishi los apoyó con una grúa y llevó la pieza al jardín de un colegio que está ubicado en Shizugawa, en la parte alta de la ciudad.
Los estudiantes secundarios de Minamisanriku creen que el moai puede ser el símbolo de la reconstrucción, y por eso han creado productos con esta imagen (barajas de naipes, llaveros, pins, galletas, calendarios) y las promueven en todas partes, en los taxis, en la oficina de turismo. Quieren obtener ingresos, donarlos para la reconstrucción y, de paso, levantar el ánimo a las familias damnificadas. También, han colgado en el edificio un letrero que dice: Sí, podemos, intentémoslo. "Yes, we can. Let´s try!".
Kikako Sato, vice-director del colegio, cree que tras esta tragedia, "los alumnos han aprendido el valor de la vida, la importancia de cada día". Tres estudiantes están desaparecidos, doce perdieron a su padre o a su madre y 32 perdieron a alguien de su familia. 
"Pienso en mi futuro y en la reconstrucción. Quiero estudiar y trabajar para ayudar a los ancianos", dice Yukinari Abe, alumno del colegio. Su compañera, Yukari Abe, piensa en la importancia de educar. "Este tsunami ocurre cada mil años y desgraciadamente yo lo viví. Por eso quiero transmitir a las nuevas generaciones las fotos y un video que hice, porque siempre tenemos que estar preparados". 
El intento por normalizar la vida avanza en Minamisanriku, en medio de las réplicas del terremoto que suman, hasta ahora, más de 600 sobre los 5 grados Richter.
En agosto de 2011, el ayuntamiento de Minamisanriku logró que todas las personas se instalaran en viviendas temporales construidas por el gobierno. Son casas prefabricadas de unos 45 metros cuadrados, con dos piezas, un piso de totora a la usanza japonesa, más baño y cocina, equipadas y hasta con climatización. 
Estas viviendas tienen estándares muy alejados de las mediaguas chilenas, y se estima que las familias podrán vivir ahí al menos por los próximos cinco años, cuando comience el regreso a sus casas definitivas. Mitsuku Tahahashi, de la vecina ciudad de Ishinomaki, está en una de ellas desde julio. Al huir sólo se trajo un Buda que cayó a sus pies, al que le hizo un altar. No siente apuro por la casa nueva. "Me voy a quedar mucho tiempo acá", asegura.
La planificación en Minamisanriku incluye reconstruir a la medida del reciente tsunami. Ya no más casas junto al mar; allí sólo estarán las fábricas procesadoras y los lugares de trabajo. En la explanada, hoy desnuda, habrá un gran bosque de protección, con espacios de recreación y un memorial para recordar esta tragedia. Y en la parte alta, las viviendas, los servicios, escuelas y hospitales. Echarán abajo los bosques de arriba y rellenarán terreno, para dejar a los habitantes a una altura segura, lejos del alcance del mar. El alcalde dice: "Según nuestro proyecto, demoraremos diez años. Nos quedan nueve". 
Escombros. A la izquierda, Masayuki Itou, quien después del tsunami viajó desde Sendai para ayudar a su familia en Minamisanriku. A la derecha, los escombros que dejó el maremoto, que aún se mantienen para reciclar todo el material posible. 
En total, en las tres provincias afectadas por el terremoto, la cifra se elevó a 15.844 fallecidos y 3.451 desaparecidos.
TEXTO Y FOTOS NIEVES ARAVENA, DESDE MINAMISANRIKU, TEXTO Y FOTOS NIEVES ARAVENA, DESDE MINAMISANRIKU, JAPÓN.

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