jueves, 22 de marzo de 2012

Hambre de desarrollo rural en Guatemala


Hambre de desarrollo rural en Guatemala
Urge un acuerdo nacional al respecto.
Leímos para usted: La Ceiba
Consultora Y Gestora En Desarrollo Municipal
Por: Adrián Zapata/ Ajkem-Tejedores
Guatemala sigue siendo un país donde la mayoría de la población aún habita en los territorios rurales. Allí se concentran los indicadores más dramáticos de pobreza, exclusión y sus consecuencias: hambre, la inseguridad alimentaria y nutricional y la vergonzosa desnutrición crónica infantil que agobia a casi la mitad de nuestros niños, condenándolos a efectos irreversibles.
El Pacto Hambre Cero que lanzó el Gobierno está dirigido a enfrentar las causas inmediatas de esta lacerante realidad, pero también las de mayor profundidad, relacionadas con la pobreza, la exclusión y la falta de desarrollo rural integral. Sin esta integralidad, dicho pacto terminaría en una simple política asistencialista, con logros de índole paliativa, sin sostenibilidad.
Debemos reflexionar sobre la profundidad de esta problemática, dadas sus raíces históricas y estructurales, razón por la cual se requiere de un gran acuerdo nacional que nos permita enfrentarla y superarla, con acciones diversas de corto, mediano y largo plazo. Y si bien es cierto que reaccionar ante el hambre resulta lo más convocante, porque apela a la sensibilidad humana más básica, el compromiso con Guatemala nos debe provocar un razonamiento mucho más profundo.
Los intereses sectoriales, aunque sean legítimos, no deberían ser obstáculos para alcanzar un acuerdo nacional en esta materia. No hacerlo es posponer el abordaje de una problemática con una potencialidad de ingobernabilidad desafiante y constituiría una irresponsabilidad ciudadana. El esfuerzo hay que enfocarlo hacia la búsqueda de acuerdos nacionales, donde distintas visiones y perspectivas puedan converger para definir un rumbo sostenible. El papel del Estado resulta fundamental para ello.
Las políticas públicas, sociales y económicas, debidamente articuladas, son indispensables. Las primeras, aisladamente, ayudan a vivir la pobreza, pero no a superarla. Por eso, es necesaria, vía política pública, la promoción de la economía campesina, entendida en toda su complejidad, que va más allá de la visión tradicional agrícola, para que supere los niveles de infra y subsistencia y, convirtiéndose en excedentaria, sea empujada por el Estado para aprovechar los mecanismos propios del mercado.
Pero también es importantísima la inversión privada que, sin dejar de generar ganancias, produzca empleo decente, pague impuestos, aporte fiscalmente, sea de provecho para las comunidades aledañas a ella, garantice la sostenibilidad ambiental y respete nuestra realidad multicultural. Urge un acuerdo nacional al respecto.

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