sábado, 17 de diciembre de 2011

Estética Urbana Y Síndrome De Melquiades


LITERATURA:  

”La ciencia ha eliminado las distancias”, pregonaba Melquíades. ”Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.” … “En el mundo están ocurriendo cosas increíbles -le decía José Arcadio a Úrsula-. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros.”

Por: Jaime Barrios Carrillo

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El crítico sueco Ulf Eriksson recalca que ha habido un cambio esencial de estructuras y temáticas en la nueva novela latinoamericana. Erickson compara con el boom, sobre todo Fuentes, Vargas Llosa, Donoso y Cortázar, en donde la ciudad era todavía un mundo fascinante. Ericsson ve ahora una restauración del enlace ficción y realidad en las novelas del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, especialmente Piedras encantadas y en la obra Plutón del colombiano Evelio José Rosero. En ambas la clase media actúa envuelta en un marasmo de agonía urbana, caos e impunidad. La emblemática "zona más transparente", la antigua Anáhuac de Alfonso Reyes, intertextualizada por Fuentes, ha sido superada por la marginalidad masiva, la contaminación y la violencia. 
La Ciudad de Guatemala lo confirmaría, porque parece haber perdido el alma, es decir la “vida callejera”. Se vive en una cuidad desalmada. Caminar por las calles resulta un estrés físico y sicológico. Viajar en un bus es arriesgarse a ser asaltado o asesinado. Y los riesgos de la vida callejera producen el candado social o casas y edificios con alarmas, cámaras, perros, vigilantes y hasta cercas eléctricas. También la proliferación de los malls o centros comerciales cerrados y supervigilados, que substituyen más y más a la vida comercial, cultural y social de los espacios abiertos en calles y plazas. La Ciudad de Guatemala es una especie de urbe penitenciaria, sin lugares públicos, disminuidos por razones de seguridad, lo que ha llevado a un estilo de “feudalismo urbano” excluyente y a una vida cultural y artística raquítica y elitista. Este es el entorno donde, esencialmente, se produce el nuevo arte y la nueva literatura de la Guatemala urbana.  
¿Cuál es el papel del arte y sus posibilidades en el contexto de la economía informal, de la sobrevivencia informal? ¿Cuáles pueden ser las formas y los contenidos estéticos en medio de la pobreza? Entre el arte y las maras, buena parte de la juventud guatemalteca se queda con las pandillas. ¿Y quiénes serán los espectadores, los lectores, los observadores?
En Chile, en las postrimerías de la larga y amarga dictadura del general Augusto Pinochet, que tuvo una guerra declarada e infame contra la estética, unos jóvenes creadores de Santiago consiguieron el dinero suficiente para alquilar una avioneta, de esas que lanzaban volantes de publicidad comercial. Hicieron paquetes con un poema ilustrado que hablaba de amor y libertad y a la hora pico, la del tráfico incesante, la de las salidas masivas de los centros de trabajo a buscar el almuerzo en las calles, fueron tirando sobre la capital chilena, desde la pequeña nave, miles de hojas sueltas con el poema. Uno de los paquetes no se desató y cayó pesadamente y a gran velocidad en una comisaría de policía, traspasando un techo endeble y haciendo gran estruendo. El paquete se tomó de inmediato como un ataque subversivo y las fuerzas de seguridad se alertaron con órdenes de detener, a toda costa, a los terroristas del aire.  
Años después, esta vez en la ciudad brasileña de Sao Paulo, un elenco ambulante monta una obra de teatro en la calle. Pronto hay un círculo de gente alrededor de los tres actores, dos hombres y una mujer que representan con realismo dramático una escena de violación. Todos vestidos con ropas anaranjadas y los rostros pintados del mismo color. No obstante el “público” comienza a indignarse y se crea una atmósfera de tensión que amenaza a los actores masculinos, en peligro ahora de agresión por parte de la masa. Es entonces que termina la actuación y la mujer explica, dirigiéndose al “público”, que se trata de teatro callejero y que el objetivo es hacer conciencia sobre la violencia sexual. Algunos peatones continúan su marcha, casi decepcionados, porque “no era real”. Algunos protesta, otros aplauden y la “función” concluye en una especie de improvisado debate callejero sobre el tema.
Volviendo a Ciudad de Guatemala: a finales del siglo pasado el fotógrafo Daniel Hernández realizaba un audaz montaje en distintos lugares de la capital, con la ampliación de grandes proporciones de su fotografía “El ángel de la calle”. Un trabajo donde Hernández utilizó fotos de huesos de víctimas civiles de la guerra interna, hallados en un “cementerio clandestino”, e integrados como “las alas del ángel” en un hombre con el dorso desnudo. Cuadrillas de voluntarios se repartieron por diversos puntos de la ciudad, incluyendo una pared del Cuartel General del Ejército y pegaron en horas nocturnas la gran foto, que apareció al día siguiente ante los ojos de la gente, como un afiche más de propaganda, pero que poco a poco al observarlo mostró que era algo diferente.
En 2003 la Corte de Constitucionalidad dio vía libre a la candidatura del exgeneral Efraín Ríos Mont, acusado por muchas organizaciones pro derechos humanos de ser responsable de múltiples masacres de campesinos indígenas desarmados durante la guerra interna. Regina José  Galindo recorrió entonces, vestida de negro, las calles que llevan desde la Corte al Palacio Nacional, portando un balde lleno de líquido rojo que recordaba la sangre humana, en el cual remojaba sus pies descalzos para ir dejando así sus huellas. Un tremendo símil visual que refería de manera impactante al delito de genocidio e impunidad y a la falta de memoria histórica.
Todas las anteriores prácticas estéticas chocaron con los cánones de la “crítica” establecida en su momento (en Chile, Sao Paulo y Guatemala). Los ejemplos citados obedecen a formas diferentes, más relativamente recientes, en tres ciudades distintas de un continente en permanente ebullición social. Casos de creación que denominamos como anomalías en la percepción, es decir ruptura del canon. El espacio no podía ser otro que la calle, más que la galería, el teatro o el museo.
Los problemas de comprensión de parte de la llamada “crítica” y del llamado “público”, radican en nuestro continente, en buena parte al menos, en el divorcio posmoderno entre propuestas artísticas y realidad objetiva.  
El asunto es identificar el tipo de vida estético/urbana que el “Tercer Mundo”, ahora también llamado “Sur”, demanda en sus manifestaciones concretas, o sea la praxis de un arte en que coincidan éticas y estéticas. Para alejarse de la esquizofrenia posmoderna. Para asumir la insobornable necesidad de reconocer los procesos históricos y los cambios reales del desarrollo desigual y combinado, que aún demarca el panorama mundial.
¿Dónde ubicar a una ciudad como Guatemala en esa telaraña de procesos que son los escenarios de la posmodernidad? Resalta la paradoja de la tecnología más avanzada que llega al país, nadie está aislado en este mundo global, y que se utiliza en la deficitaria formación social guatemalteca. Es decir, hay un bache entre los avances de la tecnología mundial y la situación social. 
Ciudad de Guatemala carece de servicios básicos suficientes para todos sus habitantes, unos tres millones, como el transporte colectivo, agua potable o electricidad, al mismo tiempo que tiene capacidad hotelera de cinco estrellas, cafés de internet, bolsa de valores, proliferación de teléfonos celulares y otras marcas y signos de la revolución tecnológica.
El desafío primordial del arte y la literatura reside, entonces, en cómo enfrentar estéticamente el hecho social. ¿Cómo nárralo? ¿Cómo pintarlo? ¿Cómo dramatizarlo? Cómo adentrarse en la interpretación y representación de la condición humana en nuestro propio contexto.
En la Ciudad de Guatemala, comenzamos ya desde hace un tiempo a ver claras expresiones de este tipo de reactivación del enlace estético/ético, por ejemplo en el entusiasmo popularizado de eventos como Octubre Azul. Podrían mencionarse publicaciones de corte marginal aparecidas en años recientes, como El Cadejo o El Supositorio, donde la irreverencia se mezcla con la experimentación y un permanente cuestionamiento crítico. El humor y la ironía contribuyen a levantar el nivel de las propuestas, diferenciándose en esto también de la solemnidad militante de los ochentas.
Se manifiesta este enlace, de manera patente, en la poesía joven urbana. Nombres como Javier Payeras (con Raktas), Allan Mills (con Síncopes), Juan Carlos Lemus (La era del moscardón) o Maurice Echeverría (con Encierro y Divagaciones), marcan diferencia, no sólo en temática sino en calidad poética y en un distanciamiento estético profesionalizado que permite una mejor penetración de los fenómenos urbanos y humanos. De ahí el replanteamiento de la nueva estética en su producción (objeto artístico, texto, escultura, pieza teatral) y de la interpretación de la misma, es decir el advenimiento de una nueva crítica.
El presentismo, de boga en los nuevos creadores de Ciudad de Guatemala, no es negación de la historia, sino un recalcar del “aquí y ahora” como bastión existencial de la experiencia y su entorno. Escribe Javier Payeras en su libro Limbo: 
En días laborales los buses van llenos a reventar. Sus vientres vomitan docenas de personas en cada parada… Todos los buses tienen una leyenda escrita en la entrada: Por favor córrase para atrás. Este es el eslogan del país.”
La violencia sigue estando presente en las obras de las nuevas generaciones (por ejemplo en las novelas Ruido de Fondo del mismo Payeras o en El libro negro de Estuardo Prado), pero ya no como síntoma sino como parte esencial del comportamiento y la sensibilidad que se han propuesto plasmar. Son ahora los seres cotidianos y ya no los héroes suedoépicos los que con su presencia, su conducta social, cambian y forman el escenario urbano en la nueva creación, expresada frecuentemente  en una voz lirica neobarroca: “Me voy manchando, cualquiera diría esta noche no floreceré, toda calentura ingresa por un halo de luz desvanecida, tal música oscura y genética, mi situación presente no permite que me conmueva, iré sin freno hasta el fondo… (Alan Mills/ Síncopes)
Encontramos un constante desvelamiento de la ciudad alienada, la que carece de vida cultural, de ilusiones estéticas y de espacios creativos donde lo popular ha sido estigmatizado por los grupos privilegiados y desculturizados por la labor de las termitas del espíritu: la televisión, el best seller, además de la camisa de fuerza de un forzado angloparlantismo. Esa “City” retratada en los poemas de Maurice Echeverría, Encierro y divagación, que resulta ser una ciudad: 
“sin bellos poetas en las esquinas, muy parecida a sí misma cada vez, quizás es sólo la fosilización de un espacio. Es muy fácil matar aquí/ por esas y otras razones”.
No es la temática lo que reúne a todos estos nuevos artistas y escritores de Ciudad de Guatemala (Alan Mills, Javier Payeras, Maurice Echeverría, Irma Yolanda Carrera, Alejandro Marré, Juan Carlos Lemus, Julio Hernández, Mendel Samayoa, Estuardo Prado, Darío Escobar, Claudia Navas, Andrea Aragón, Juan Pablo Dardón, Pablo Bromo, Julio Serrano, Lucía Escobar, Eddy Alfaro Barrillas, Darío Escobar, Carolina Escobar Sarti, Javier Mosquera y Alejandra Flores, entre muchos otros) sino el posicionamiento consciente de su acto creador frente a su tiempo y entorno. No escriben ni pintan ni hacen fotografías de la ciudad sino desde la ciudad. De ahí que la reelaboración y juego estético con los tiempos múltiples, sean como las luces de la tramoya social, desde donde surgen  la nueva narrativa y  poesía, el naciente cine, la fotografía y la plástica.
Los escenarios urbanos del “Tercer Mundo”, permiten pensar que no deja, sin embargo, de haber posibilidades creadoras en este señalamiento de convivencia de tiempos diferentes. La convivencia del  tiempo primermundista y el del cuarto mundo. Centro y periferia. Norte y Sur. El mundo de hoy es uno y distinto, como nunca antes. Lo anterior induce a repensar dimensiones dentro de un gran tiempo de dirección múltiple y que llamamos el Síndrome de Melquiades, el gitano trashumante amigo de José Arcadio Buendía en Cien años de soledad. 
Melquiades viaja por todo el mundo, el cual no le resulta pequeño, y lleva a Macondo todos los inventos y avances que sorprenden a los habitantes de una aldea que no había conocido ni el hielo. La lupa gigante con que José Arcadio Buendía pretendió construir un arma solar formidable o el imán que lo llevaría a un deseado oro, enterrado en alguna parte. Los usos estrafalarios que José Arcadio hace con esa tecnología demasiado avanzada lo llevan al delirio y al estigma de locura por parte de lo macondianos; hasta que el mismo Melquiades retorna para restaurar y proclamar el valor del gran descubrimiento que José Arcadio Buendía ha hecho con sus medios propios y que consiste en saber que el mundo es redondo como una naranja.
El síndrome de Melquiades retrotrae también a la soledad del artista. Y a la duda dialéctica frente a los signos de la alta tecnología y a la imposición mecánica de los mismos. Pero a diferencia de la creación y búsqueda de lugares míticos de la literatura del siglo pasado (Comala, Macondo, Santa María) ahora se anhela su destrucción. Porque Macondo ya no es una aldea diáfana sino la ciudad insoportable.
En el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, en una pared desapercibida, alguien hizo una pinta. No de siglas políticas ni de mensaje de alguna de las temibles maras. Lo escrito decía simplemente: “Lea Poesía”. Un mensaje que sin duda reconforta. Porque la poesía es la vuelta a la noción de que nada permanece, mas todo es y será. Aquello de que “la poesía siempre es moderna”. De ahí que el ajuste de cuentas, aquí propuesto, con la sociedad y la historia, por un lado, y con la estética y sus formas, por el otro, pueda ser también leído como un llamado de restitución de la esperanza. La esperanza, que en el verso de Luis Cardoza y Aragón, “nos está esperando”. 

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