domingo, 26 de diciembre de 2010

Salar De Huasco, El Último Parque.
En junio pasado, El Salar Del Huasco Se Convirtió Formalmente En El Más Nuevo De Los Parques Nacionales. En Pleno Altiplano Aimara, Comprobamos Qué Méritos Tiene Para Ser La Última Gran Área Protegida De Chile.
Texto y fotos: Rocío Lafuente, desde el Parque Nacional Salar del Huasco,
Región de Tarapacá. 
Debe ser lo más parecido a aterrizar en otro planeta. Los cerros tienen unos colores que parecen extraterrestres. La laguna está rodeada de un tapiz fundamentalmente blanco, salpicado con pintas verdes, amarillas y también rosadas. Allá adelante, en la laguna, chapotean, viven unos tres mil flamencos. Los hay de tres tipos, aunque al principio y a la distancia cueste distinguirlos: hay chilenos, andinos y james.
Localización del Salar de Huasco.
Éste es un dato importante. En el continente habitan cuatro variedades de esta ave rosada, y en esta laguna del salar del Huasco se pueden ver tres. Ya eso vale el viaje -que no es fácil- desde Colchane.
Esa imagen es la primera buena razón para entender por qué este lugar se convirtió en el más nuevo de los parques nacionales de Chile. En la última de las zonas conservadas por ley. El "área silvestre protegida" número 100 del país.
Es Una Gran Primera Postal.
Para llegar al salar de  Huasco se puede ir directo desde Iquique, en un viaje que toma un par de horas. Pero también se puede hacer -como en este caso- como el destino final de un recorrido que parte en Colchane, el pueblo ubicado a 3.800 metros de altura. Y luego habrá que subir más todavía.
Colchane también está a sólo 200 metros de la línea imaginaria que separa Chile de Bolivia. Quizá por esa proximidad, este pueblo de casi 90 casas de piedra y adobe -una posta, una escuela, luz eléctrica hasta las 6 de la tarde, una comisaría que ocupa casi toda una cuadra- pareciera hacer un esfuerzo adicional por verse muy chileno. En la plaza principal, un gran mástil sostiene permanentemente una bandera nacional, y en la entrada de la iglesia local se levanta una imagen de la Virgen del Carmen.
Llama en el Salar De Huasco

El poblado tiene un aire marcial (todas las calles parecen llevar nombres de uniformados), pero también muestra un espíritu de pueblo fronterizo, lleno de historias sobre tráfico de drogas y cruces fronterizos ilegales que terminaron mal, muy mal. No es raro que aquí alguien diga cosas como que todas las familias de pastores tienen un arma en casa. "Es para protegerse de las bandas que cruzan la frontera de noche para robar el ganado -explican, por ejemplo, en una hostería local-; de repente se escuchan disparos, pero nadie se alarma".
Colchane es también el tipo de sitios donde el médico local -joven, santiaguino, de ésos que parecen un poco misioneros- completa su horario, cierra con llave el consultorio, se va en bicicleta a su casa -de adobe y piedra-, y todo sigue igual. Si llega, como ahora, una mujer con su guagua en los brazos en busca de ayuda, no hay problema: "irá directo a la casa del doctor; todos saben dónde vive", explica Antonio Vásquez, guardaparque del vecino Parque Nacional Volcán Isluga quien, junto a su colega Pedro Castro, acompaña este recorrido al Parque Salar de Huasco, tan nuevo que todavía no tiene guardaparques propios.
Vásquez explica la ruta y el próximo desvío: Enquelga, que está 28 kilómetros al norte, y donde CONAF Tiene un refugio que servirá para pasar esta noche.
Colchane tiene por ahora poco más que ofrecer. La mayor atracción del pueblo es la "feria internacional" que se realiza sábado por medio. Entonces, llegan comerciantes de todo el Altiplano chileno y boliviano para vender desde quinua y mantas tejidas con lana de alpaca hasta zapatillas de marca, ropa interior, maquillaje, hojas de afeitar, colonias y, sobre todo, bencina boliviana, mucho más barata que la nacional.
Al amanecer en Enquelga, el balance es el siguiente: la temperatura durante la noche bordeó los 15 grados bajo cero y, a pesar de la chimenea en la salita, la casa era un témpano.
Los hijos de Pedro Castro -tres- son los únicos alumnos de la escuela del pueblo. La mujer de Pedro Castro, aimara como él, dirige la sociedad de tejedoras locales. Un grupo que se sienta a la sombra de la iglesia para hilar lana de vicuñas y alpacas que luego tiñen con llareta.
Si hubiese tiempo, sería posible ir a las termas que hay en los alrededores: pozas naturales donde el agua brota cálida y cristalina en medio de la aridez del desierto. Por ahora son gratis y cualquiera puede disfrutar de un baño, rodeado por el hermoso paisaje altiplánico: lomas coloridas y suaves llanuras coronadas por imponentes cumbres andinas. Pero no hoy, porque el objetivo es el salar de Huasco.
El 4x4 imprescindible para este recorrido lleva todo lo necesario: mucha agua, barras de chocolate, galletas y oxígeno.
En el camino se ven unos montículos de piedras, altos. Les llaman "apachetas" y son una tradición milenaria de los indígenas que cruzaban el Altiplano caminando: era una ofrenda a la Pachamama para agradecer por haber llegado bien a ese punto del recorrido sin que la puna, entre otros riesgos, los hubiese afectado.
A lo largo de la ruta también se ven camélidos, zorros chilla, suri (el ñandú del Altiplano), taguas y pericos cordilleranos, mientras la radio de la camioneta se llena de voces muy agudas que cantan sobre amores tristes, ganados porfiados y tierras generosas, siempre acompañadas de sonidos sintéticos. "En el Altiplano la señal de radio es boliviana, pero la tele es chilena", explica Antonio Vásquez.
El vehículo se detiene frente a la iglesia de Isluga, un monumento nacional que se remonta al siglo 17, en medio de un caserío donde vive sólo una persona: el "fabriquero", como se llama al custodio del templo. Isluga sólo se ve diferente el 21 de diciembre, cuando celebra su fiesta patronal, una de las más populares del Altiplano, lo que significa que las calles se llenan de gente que baila y toma cerveza o, mejor, Cocoroco, un aguardiente boliviano de 96 grados que se mezcla con té para darle sabor.
Pasado Isluga, el camino es casi intransitable. La camioneta esquiva arbustos que pueden resultar duros como la roca, así que Pedro Castro maneja concentrado, buscando huellas alternativas. Cuando la ruta ya llega a los 5.100 metros de altura, Pedro dice que es la persona que mejor conoce esta zona.
También es cuando el mal de altura se hace presente. De un momento a otro, aparecen los síntomas: aletargamiento, la garganta que se cierra, la horrible sensación de que no entra suficiente aire a los pulmones. La cabeza se siente pesada. No queda más recurrir a la botella de oxígeno.
Por suerte, el remedio funciona bien y el mal rato ya queda atrás cuando nos desviamos hacia el sur, con dirección a los géiseres de Puchuldiza.
Estos chorros de agua hirviendo están cerca del pueblo de Acuanque, a casi 4 mil metros sobre el nivel del mar. Antes había sólo cinco vigorosos manantiales que se disparaban hacia el cielo, pero ahora se ven más de veinte.
Los guías explican que una empresa encargada del desarrollo turístico de la zona llegó con excavadoras e hizo varias fosas adicionales, para multiplicar el efecto natural. Nadie se percató de que la fuente de todos los chorros era la misma.
Ahora en Puchuldiza se ven también los intentos por remediar la situación: muchos agujeros se han vuelto a tapar.
La imagen queda dando vueltas en la memoria, mientras la camioneta enfila hacia el sur, para asomarse ya definitivamente al nuevo Parque Nacional.
Mucho más tarde, cuando el salar del Huasco -y sus flamencos- está al frente, sólo queda maravillarse.
Geiser de Puchuldiza
Además del paisaje, por ahora hay poca infraestructura en el nuevo parque, que tiene existencia legal desde mediados de este año. Salvo un cartel que indica la nueva categoría protegida de estas casi 111 mil hectáreas, el Huasco es un lugar para sentirse un poco pionero.
Los guardaparques explican que pronto se potenciará la difusión del parque, para atraer visitantes. También se instalará infraestructura imprescindible, como un refugio, una zona de picnic, mejores accesos a los miradores naturales sobre la superficie blanca del salar.
Con entusiasmo, dicen que también quieren realizar proyectos más novedosos, como safaris fotográficos. O recorridos guiados por una ruta patrimonial que parte desde Collacagua al salar. El viaje incluiría experiencias como vivir ritos ancestrales del Altiplano, e interactuar con las comunidades aimaras.
Ideas con futuro, que no alcanzan a opacar el pasado de la zona. Hace un par de millones de años, en el Pleistoceno, esta bonita panorámica estaba cubierta por una gran capa de hielo glaciar, que mucho después -cambio climático mediante- derivó en un gigantesco lago que abarcaba desde el actual Titicaca, en Bolivia, hasta la Tercera Región de Chile.
Un pequeño mar convertido ahora en esta laguna donde tres especies de flamencos pasan el rato, sin preocupaciones. Están en la última área protegida de Chile.
EN EL SALAR DEL HUASCO HABITAN TRES DE LAS CUATRO ESPECIES DE FLAMENCOS QUE EXISTEN EN EL CONTINENTE.
Flamencos del Salar de Huasco.
Datos Prácticos
Dormir
Por ahora, Taypi Samañ Uta es la única opción de alojamiento cerca del Parque Nacional Salar del Huasco. Es una casona de adobe donde una familia local, los Lucas, atienden a mochileros y turistas. El refugio tiene capacidad para 24 personas y cuenta con luz eléctrica, baño, calefacción y, a ratos, agua potable. La familia está trabajando para mejorar su oferta. Más información, cel. (09) 9785 7511.
Llegar
De Iquique al salar del Huasco hay 160 kilómetros aproximadamente, que se recorren en unas dos horas y media, aproximadamente. La ruta A-651 tiene asfalto en buen estado y, luego, la A-685 es sólo un camino de tierra en estado regular. Se puede acceder al salar mediante transporte privado o con tur operadores iquiqueños que ya ofrecen el servicio.

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