Por: Edwin J. Asturias
Así como lo lee. Somos el numero 116 de 169 países calificables en el índice de desarrollo humano a nivel mundial para el 2010 (http://hdr.undp.org/en/reports/global/hdr2010/chapters/es/). Por debajo de nosotros la mayoría de africanos y Haití, casi como siempre. Pero no se entusiasme, somos el peor de América Central y de la Continental. Y por demás está explicarle, que lo único que nos sostuvo en ese puesto fue que tenemos un ingreso nacional bruto de US$4 mil 694 por persona. O sea, somos una nación que produce riqueza por encima de muchos países pobres. Por supuesto maliciosamente distribuida, de manera que sobresalimos en acumulación de disparidad, inequidad y pobreza. No se diga de segregación hacia nuestras mujeres.
Si usted es guatemalteco vive en promedio de 2 a 9 años menos que cualquiera de nuestros compas centroamericanos; en Costa Rica sobreviven hasta casi los 80 años. Nuestra gente solo logra 4.1 años de escuela en promedio, comparado a 6 en Nicaragua y Honduras, y 8 en Costa Rica. Contrario a lo que el Gobierno y el sector económico “productivo” nos quiere hacer creer, en este último lustro el avance de nuestro índice de desarrollo humano ha decrecido, de manera que estamos estancados en la misma posición.
Pero lo más sarcástico, es que somos una nación de alienados, conformistas o rotundamente hipócritas. A pesar de nuestras malas calificaciones en casi todo, resulta que de 0 a 10 en felicidad, decimos que estamos en 7; tres de cada 4 estamos satisfechos con nuestro estándar de vida; casi todos juzgamos vivir una vida con propósito y la inmensa mayoría dicen que son tratados con respeto. No hay duda alguna, sufrimos de una ceguera social endémica.
Si creemos que la gente es la verdadera riqueza de una nación, hemos invertido pobremente en ella. Y nuestros líderes, pensadores y medios de comunicación nos han hecho creer que no hay por qué buscar un mejor futuro. Hasta cuándo razonarán los gobernadores y las elites de esta tierra, que una carreta jalada por mansos desnutridos nunca será rauda ni fuerte. Al paso que vamos, mejor pelar cebollas para que las lágrimas de suplicio sean reales, y dejar de somatarnos el pecho en las iglesias inútilmente. ¿Hasta cuándo Guatemala? ¿Cuándo nos quitaremos la venda de la falsa felicidad? Despierta, y comienza por creer que es con el compromiso de cada uno, y la renovación de lo que hasta ahora hemos hecho que se puede forjar una mejor nación.
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