domingo, 29 de mayo de 2011

Guatemala es un rompecabezas del cual no conocemos la figura que debemos formar


“Guatemala es un rompecabezas del cual no conocemos la figura que debemos formar”
Los guatemaltecos no protestamos por la violencia, porque hacerlo supondría que tenemos un interlocutor válido, que tenemos, por así decirlo, a quién reclamar. Pero no confiamos en nuestras instituciones ni siquiera para cuestionarlas. De eso y muchas cosas más habla el filósofo Oswaldo Salazar en esta entrevista, donde las preguntas solo atraen más preguntas.
Por: Marta Sandoval msandoval@elperiodico.com.gt
Leímos Para Usted: Renato Lechuga.
Oswaldo Salazar es uno de los filósofos más destacados del país. Es profesor de la Universidad Francisco Marroquín y miembro de la Real Academia de la Lengua Española. 
“Guatemala es un rompecabezas del cual no conocemos la figura que debemos formar”

Para cada interrogante Oswaldo Salazar tiene más preguntas. Respuestas con signos de interrogación, ya lo dijo Einstein “Lo Importante Es No Dejar De Hacerse Preguntas” y así son los filósofos, personas que buscan la pregunta perfecta, porque solo cuestionando se consigue conocer.
Según Salazar, a Guatemala hay que entenderla en plural, como las Guatemalas, un montón de piezas que en vano tratamos de armar.
Salazar es doctor en filosofía por la Universidad de Boston, catedrático de la Universidad Francisco Marroquín  y miembro de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Es además fundador de la Asociación Guatemalteca de la Filosofía.
¿Cómo ve a Guatemala?
– Bueno, quizá lo primero es dejar de hablar de Guatemala en singular y pensar que no hay una, sino muchas Guatemalas. En términos filosóficos la pregunta sería: ¿cómo es posible que hagamos un objeto de algo a lo que, obviamente, pertenecemos? ¿O lo que sucede es que, por razones de colonialismo intelectual, no queremos pertenecer a Guatemala y, entonces, damos un paso al margen y señalamos con el dedo ese objeto externo, esa realidad extraña como algo que debe ser reformado, salvado, transformado, redimido? Y cuando damos ese paso al margen, investidos ya sea de un discurso científico, ideológico o de la simple opinión, ¿en dónde estamos? En esto veo un problema.
¿Pero no es preciso distanciarse para poder ver mejor las cosas?
– Cuando digo que nos ponemos al margen me refiero a una forma de extrañarnos de una realidad a la que pertenecemos. Tomar distancia es algo distinto, es una manera de buscar sentido sin abandonar el territorio insoslayable de la experiencia. Lo que sucede es que cuando nos extrañamos terminamos proyectando nuestra figura, como una sombra, sobre los objetos de nuestro conocimiento. Y como ya sabemos, en política, a partir de ese punto lo que sigue es la imposición de un régimen disciplinario que busca encarcelar la vida en el estrecho marco de nuestros prejuicios y creencias.
¿Cuáles son esas Guatemalas de las que habla?
– Bueno, su pregunta nos lleva al complejo tema de las lógicas de diferenciación. A diferencia del que busca la integración o el mestizaje y quiere, por ende, medir a todos con la misma regla, la búsqueda de diferencia es una manera de ver los contextos reales como sistemas de múltiples núcleos que se organizan y distribuyen constantemente con el fin de no permitir el surgimiento de un eje, de un centro de gravitación. La lógica de diferenciación étnica es un buen ejemplo de lo que digo. Una mujer que cambia de grupo por razones de matrimonio y lleva consigo su cultura, echa a andar la maquinaria de la diferenciación étnica en la siguiente generación. Un grupo que, por razones económicas, cambia de geografía o de espacio urbano y en ese nuevo lugar establece relaciones que no había conocido antes, también pone en marcha estos procesos de diferenciación, ramificación.
¿Cómo somos los guatemaltecos? A su criterio, ¿qué características comunes tenemos?
– De nuevo, acá estamos delante del problema de lo singular y lo plural. Si hay una diferencia entre el racionalismo moderno y la filosofía contemporánea de origen crítico, es que el primero se rige por el principio de identidad, y la segunda por lo que podríamos llamar el principio de diversidad. El principio de identidad busca reconocer una cosa en los términos de otra, busca la repetición de modelos. El principio de diversidad, por su parte, busca un encuentro con el carácter singular de lo real. El principio de identidad nos lleva por derroteros hartamente conocidos, a pensar, por ejemplo, en términos de “mestizaje”, de “integración social”, porque, en el fondo lógico de esta estrategia, se esconde el anhelo de encontrar una unidad, una manera de borrar las diferencias. Pienso en el Octavio Paz del Laberinto de la Soledad, en el Cardoza y Aragón de Guatemala, las Líneas de su Mano, incluso en los viejos volúmenes del Seminario de Integración Social. Si nos proponemos pensar a los guatemaltecos hoy, me parece que deberíamos abandonar la búsqueda de “características comunes”, y deberíamos, más bien, intentar ver la diferencia.
En esa obra Cardoza dice No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña. La amamos, simplemente, porque es la nuestra. ¿Queremos a Guatemala?
– Cardoza y Aragón era un intelectual de su tiempo, alguien que, por razones históricas y biográficas, se convirtió a la ideología del mestizaje y a las consignas de la lucha de clases. Hoy, afortunadamente, sabemos que cuestiones como la patria, la pertenencia, la utopía y la misma historia son mucho más complejas. El simple hecho de que Cardoza use expresiones como “nuestra patria”, o “La amamos porque es nuestra”, revela una creencia ingenua en entidades subjetivas que le imponen al amor la condición de la propiedad. Una persona que parte de estos presupuestos subjetivos típicos de la modernidad no puede querer (desear) más que a los productos que salen de su imaginación. La pregunta, como sugiere metodológicamente el último Foucault, no es si queremos a Guatemala o no, sino ¿cómo hacemos para dejar de ser “guatemaltecos” en el sentido ingenuo de las ficciones del yo?
¿Por qué soportamos tanta violencia? Muchas sociedades se levantan, protestan y tratan de hacer algo para frenar sus problemas, nosotros llevamos mucho tiempo aguantando.
– Una sociedad que se levanta y protesta lo hace sobre el supuesto de que hay un interlocutor institucional válido. La protesta supone una creencia en la legitimidad de las instituciones. Que el guatemalteco no proteste no debemos verlo como una falla en su carácter, como una debilidad psicológica; más bien habría que verlo como un signo de la forma en que, en el fondo, percibimos nuestras realidades sociales y políticas. Eso por un lado; por el otro también hay que reconocer que hay muchas formas de protesta. La marginalidad misma es una forma radical de levantamiento y protesta.
¿De qué otra manera podemos entender el hecho de que existan espacios marginales en la economía, en la organización social, en las estrategias de representación y las lógicas de reconocimiento y castigo?
Miguel Ángel Asturias decía que en Guatemala solo se puede vivir loco o borracho ¿qué piensa de eso?
– Bien, pienso que esta afirmación tiene más fondo del que aparenta. Y cuando digo fondo, no solo me refiero a aspectos conceptuales, sino incluso biográficos. Recordemos que, desde muy joven, Asturias se nutrió de las corrientes de vanguardia. Recordemos también que lo hizo de primera mano porque vivió en el París de la década de los años veinte, precisamente el lugar y la época de publicación de los dos Manifiestos del Surrealismo. Así, entonces, es posible imaginar que cuando nos dice que en Guatemala solo se puede vivir borracho, lo que está haciendo es traducir el núcleo de estos movimientos irracionalistas y hacernos ver la lucidez, el valor de verdad de la embriaguez. Ahora bien, ¿por qué es importante enfatizar este punto? Por una sencilla razón. Muchas veces decimos que Guatemala (esa Guatemala conceptual del imaginario colonialista) es un país de contrastes, de contradicciones. Pues bien, ¿cómo podemos enfrentar el enigma de una paradoja sin intentar romper las reglas de la lógica?
Vargas Llosa se preguntaba, ¿en qué momento se jodió Perú? Yo le pregunto, ¿cuándo se jodió Guatemala?
– Esa idea que abre Conversación en la Catedral siempre me ha parecido peligrosa. Preguntar, en una clara línea temporal, “¿Cuándo se jodió el Perú, o Guatemala, o Estados Unidos, o Suiza?” conlleva la afirmación implícita según la cual, en algún momento anterior, el Perú no estaba jodido. El peligro que esto comporta es abrazar, quizá inconscientemente, una actitud conservadora cuya utopía consiste en una idealización del pasado. Yo, en lo particular, tomo una distancia crítica con respecto a esta pregunta.
¿Qué necesitamos para acabar con nuestros problemas?, ¿cómo enderezamos este país?
– “Acabar con nuestros problemas”, “enderezar el país”, son afirmaciones demasiado positivas para mí. Demasiado ingenuas, tal vez. Son proyectos con los que es posible comprometerse solo sobre la base de un culto al prejuicio, a la psicología de la motivación, a la simple ingenuidad. Guatemala es un rompecabezas del cual no conocemos la figura que debemos formar, un conjunto de piezas y personas que siguen los designios de un orden foráneo, pero que, ellas mismas, todavía no deciden si hay una lógica que las atraviesa.
¿Hay lógica en esas piezas?, ¿o somos solo partes dispares, fragmentos sin unión?
– En el rompecabezas del que hablo, lo más interesante es no poder determinar de antemano hacia dónde se dirigen las líneas que trazan los procesos de diferenciación. En los momentos históricos importantes (Revolución Gloriosa, Revolución Francesa, guerras de independencia), una generación decide que hay una lógica en su realidad y la convierte en modelo político. En el mejor de los casos, se producirá un modelo que legitimará sus relaciones y estructuras internas por un tiempo. Pero llegará el momento en que el trabajo callado y minucioso de los procesos de diferenciación llevarán ese modelo a una edad senil y un eventual colapso. Los ideólogos de la historia oficial seguirán alabando las virtudes del modelo, pero no será nada más que lo que los franceses llaman un “Antiguo Régimen”, y la vida, la historia misma, el tiempo inmanente a los individuos y los grupos, estará floreciendo en los márgenes de lo clandestino y lo ilegal. Y allí no habrá una lógica, habrá múltiples lógicas. Eso es lo que, poniendo en suspenso nuestros prejuicios, vale la pena observar.
¿Qué futuro le augura a Guatemala?, ¿es optimista?
– No, no lo soy. El optimismo me asusta. Y me asusta porque es el factor que define la histeria colectiva de las masas en los mítines, en las iglesias, en las turbas. El futuro es un tema tan complejo que no podemos enfrentarlo con el arrebato del optimismo. En todo caso, hay dos tiempos a considerar. Por un lado, el futuro hipotecado por la lógica predictiva de la razón moderna, el futuro plasmado en los discursos oficiales, los significantes madres y los planes de gobierno. Y por otro, el futuro inmanente, ese que es al mismo tiempo pasado y que no se puede atrapar con las redes de la lógica del progreso. Hay una Guatemala inmanente, que emerge quizá invisible para nuestra mirada que solo es capaz de buscar patrones de una lógica reconocible, una Guatemala que no podemos predeterminar.
¿Su profesión es valorada en Guatemala? ¿Se escucha en nuestro país la voz de los filósofos?
– Como en otros países, la filosofía tiene un lugar en espacios académicos superiores. Pero tiene un lugar muy deprimido, casi nulo, en el ámbito feroz de la opinión pública. Ahora, no basta con señalar esto como un mal de las sociedades modernas; hay que intentar saber por qué sucede. En el caso particular de Guatemala, creo que es obvio que se trata de un problema de actitud cognoscitiva. Tristemente, podríamos calificar a Guatemala como el campo de batalla de los prejuicios. Una de las peores cosas que pueden suceder a la filosofía pasa en nuestro país: que se la sustituya por las ideologías. No es lo mismo escuchar la voz de un filósofo que la de un ideólogo. El primero intenta aclarar los procesos constitutivos del juicio que se dan en la experiencia. El segundo no se interesa por estos procesos originarios, en cambio ve en el juicio un producto enlatado y siente la necesidad de venderlo.

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