lunes, 30 de mayo de 2011

La invención de “América Latina”


La invención de “América Latina”
“Nunca seremos dichosos, nunca”, profetizó Simón Bolívar.
Por: Marcela Gereda
En América Latina y el Caribe la juventud representa el 40 por ciento de la población. El desempleo entre los jóvenes es el doble de la tasa para la población mundial. Niños de doce años reclutados por  los Zetas. Madres de nueve años abusadas sexualmente y sin nada qué ofrecer a sus hijos. El homicidio es la primera causa de muerte juvenil entre los hombres de América Latina.
Las promesas del desarrollo y de la globalización parecen cada vez más lejanas para los latinoamericanos. Es que acaso somos un pueblo–niño que juega a la política, al comercio, a la guerra, a las dictaduras impuestas y a la ilusión de la modernidad. A la Nación, a las leyes, a la Constitución, al desarrollo.
Fue viviendo en Europa que descubrí la identidad latinoamericana. No solo aprendí a amarla, sino también a cuestionar qué significa ser latinoamericano y a un tiempo como el de hoy. Entre otras cosas, descubrí que muchos de mis amigos latinos, no querían ser latinos. Recuerdo a Florencia,  socióloga uruguaya que repartía periódicos, diciendo: “Haber nacido latina es la condena para haber tenido que migrar”.
Con tono retador y lúdico aquel catedrático inició el curso de “Economía Latinoamericana” en la Universidad Autónoma de Madrid, diciendo: “América Latina no existe, es una invención”. Se escucharon murmullos. Luego un silencio rotundo entre los compañeros del aula. ¿Qué y quiénes somos los latinoamericanos? Fue la pregunta que quedaba sobre el aire.
En el primer tomo de El capital, escribió Karl Marx: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”.
Los términos de “raza”, “tribu”, “América” fueron conceptos occidentales. Venidos con la historia de la sangre y el despojo.
El hurto más brutal que ha registrado la historia. Entonces comprendí que la construcción de las “democracias” europeas se hizo también con el saqueo del oro y de la plata del continente moreno. 
El continente de las dictaduras militares y de la sangre. De las deudas impagables y de la historia de un saqueo donde unos ganaron y otros perdieron. Y esos otros que perdieron, perdimos acaso para siempre. Y por si fuera poca la invención de “América”. 
Luego el apellido “latina”, también fue un invento occidental. En el siglo XIX, en algunos países de Sudamérica y en Francia se forjó el concepto de “América Latina”, una expresión de la búsqueda de identidad supranacional.  Sí, somos en definitiva un invento, un diseño y un deseo de lo que otros han querido que seamos. Hoy la globalización capitalista ha terminado con las promesas de lo que un día pudimos haber sido. América Latina incapaz de autorregularse. Seguimos siendo el patio trasero de Estados Unidos. 
La América de Voltaire, habitada por indios perezosos y estúpidos. Es cosa sabida que Bacon, De Maistre, Montesquieu, Hume y Bodin se negaron a reconocer como semejantes a los “hombres degradados” del Nuevo Mundo. Hegel habló de la impotencia física y espiritual de América. Luego Harry Truman nos llamó “subdesarrollados”. La ONU, BID, FMI y compañía limitada se encargaron en definir indicadores donde resaltaría nuestra estupidez, nuestro atraso y quizá hacer de las palabras de Bolívar una profecía. 
El pasado un eterno presente que azota; fuimos “salvajes” para los hombres barbados y blancos. Hoy somos “subdesarrollados” para la ONU y el Banco Mundial. Y una mina de oro para las transnacionales que no nos ven como humanos, sino como brazos y territorios para ser intervenidos
Crece la desigualdad brutalmente. La identidad nacional homogénea como logro histórico, el sentido de pertenencia a la patria grande más perdida que Adán en el Día de las Madres. La ola de violencia nos acecha. Nos hacemos cada vez más incapaces de autorregularnos. Tenemos una deuda con la historia.
Para mí la salida de América Latina está en abandonar de una vez por toda la ilusión de la modernidad, el desarrollo y el progreso. Convertirnos en una unidad cultural, política y económica, que valore su cultura y que no la ponga en venta, sino con indicadores de desarrollo propios, con capacidad de regular su industria cultural, incorporar las voces latinoamericanas en este proceso de Globalización. Nuestro reto puede ser el de perfilar un tipo de “agenda cultural de la globalización” desde nosotros los del sur. Globalizarnos de otro modo. No como deudores, sino como exportadores de valores culturales. Tenemos algo único. Un tesoro que no sabemos reconocer. La respuesta no puede (ni debe) venir de occidente otra vez. Habremos de darle entonces por fin otro color y altura a la historia.

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